sábado, 4 de septiembre de 2010

Levante fuerte en el estrecho.





En alguna ocasión que otra me he definido como corredor, pues es sin duda el deporte que más he practicado y que a la larga más ha interferido en mi modo de ser. Correr te hace fuerte para todo, y es más, siempre he pensado que si una persona es corredora, tiene algo que los demás no tienen. Muchas veces lo compruebo cuando me cruzo con alguien que le ha dado ahora por correr y que, sabiendo que yo en tiempos hice alguna carrerita que otra, se apresuran a contarme sus experiencias en esta o aquella prueba que saben que yo hice hace años. Es una sensación agradable, pero a la vez un poco desmoralizante pensar que lo que ellos ahora disfrutan uno ya no lo puede hacer, pero bueno, es lo que tienen las goteras…
El caso es que otra de las cosas que llevo haciendo hace años (no tanto como la de correr) es nadar. Correr y nadar, en cierto modo se parecen bastante, a pesar de desarrollarse en medios tan dispares. Sin embargo, tal y como yo los entiendo, si tienen ciertas semejanzas, más si cabe cuando en la práctica de ambas disciplinas he buscado siempre la distancia y el tiempo, más que la velocidad y las marcas. Cuando corría pero no entrenaba siempre lo hacía durante mucho rato, y cuando empecé a plantearme las carreritas muy pronto las medias se quedaron cortas, pues jamás era capaz de conseguir un ritmo por kilometro tan bueno como para hacer algo digo. Sin embargo, llego el día de los 101 y ahí que estuvo el tío para apuntarse, sin tener ni idea del fregado en el que se metía. Correr cuanto más lejos mejor, y cuanto más “dura” sea la cosa, pues también mejor. Ni que decir tiene que jamás he hecho un gran tiempo en nada, y mis posiciones de llegada siempre han sido modestísimas, pero la satisfacción personal en cada una de estos retos siempre ha sido inmensa.

En el caso de nadar me pasa algo parecido. No en cuanto a la competición pues hace años hice el firme propósito de no volver a ponerme un número a la espalda ni cobrando. No, me refiero a que nadar es tan humilde como correr, y uno y otro, junto con la bici en segundo término, son los deportes en los que más tiempo para pensar tiene uno. Cuando hacia las tiradas de asfalto de los domingos, siempre escogía la carretera de Pinos Genil y de Sierra Nevada para hacer las tres horas de carrera continua. En ese tiempo me empeñaba de lo lindo en encontrar algún pasatiempo y que la cosa fuera más entretenida: encadenar matrículas de coches por los números, por las letras o por los colores; localizar latas de refrescos de distintas marcas; buscar cualquier cosa rara en la cuneta…al nadar, siempre he tenido la obsesión de buscar cosas en el fondo. En la piscina, en el primer largo de una calle se le quita a uno toda la tontería pues salvo algún que otro pelo y la típica tirita despegada de la rozadura del talón, pocas cosas se va a encontrar. Pero la mar es otra cosa, nadar en la mar es como rodar en la carretera de la Sierra, siempre puede aparecer cualquier cosa.
Muchas veces he pensado que desde fuera, debo parecer algo lelo nadando, pues aparte de una técnica que no pasa el corte de pato mareado, al ir siempre escrutando el fondo, a veces no me doy cuenta y en vez de ir en línea recta paralelo a la orilla como mandan los cánones, voy haciendo zig-zag en busca del tesoro escondido. Y si bien es cierto que lo mío no tiene nada que ver con el Odissey y sus hallazgos oceánicos , pues lo más que he encontrado ha sido algún reloj o algunas gafas de sol, es tal mi empeño en la búsqueda que cada mañana y cada tarde, cuando voy a nadar siempre pienso que va a ser hoy cuando me voy a encontrar “el Rolex de oro del tío del yate que fondeó el otro día y que sin darse cuenta se le cayó al fondo cuando descorchaba una botella de Don Perignon a bordo”.

Hoy no he podido nadar en todo el día, ni por la mañana que es cuando más me gusta, ni por la tarde, pues como ya se anunciaba desde ayer, ha soplado viento fuerte de levante en el Estrecho, y la repercusión “caleña” del mismo ha sido Mar Arbolada en nuestra costa. Nadar con tanto mar no es que sea peligroso, pues a la altura que uno va no hay problema con la rompiente, pero si es verdad que se hace un poco latoso, pues la visibilidad es nula y las olas hacen que fijar un rumbo sea toda una quimera, por no hablar de las bocanadas de agua salada que uno pega de vez en cuando. El caso es que no he nadado, y para no estar todo el santo día sin hacer nada, esta tarde me he dedicado a dar un paseo por la orilla, y tratar de encontrar el puñetero Rolex entre los desechos y la basura que un “maretón “ de estos nos devuelve en días como hoy. Claro está que no lo he encontrado, pero lo que si he podido hacer es comprobar hasta qué punto nosotros, miembros de esta sociedad super-desconpensada en la que vivimos hoy en día, nos estamos cargando nuestro entorno de una manera despiadada. En la orilla no había suciedad, ¡había toneladas de basura! Un caos de desperdicios de toda índole venidos de cualquier parte y que uno por uno a lo mejor pueden parecer insignificantes pero que cuando el Mare Nostrum nos quiere dar una lección magistral y los junta en tropel, fácilmente nos sacan los colores.
Para nada soy un “ecologista coñazo” como diría el gran Ussia, ni nada que se le parezca: por lo pronto tengo serios problemas con el reciclaje (en parte porque creo que nos toman el pelo), uso zapatos de piel y alguna que otra cosa más, y por encima de todo pienso que antes de que un ser humano pase hambre, mato al perro, al gato, al mono y a lo que haga falta para que coma (lo mismo que si veo a un gañan pegándole a su mascota soy capaz de darle dos guantazos por ceporro). Pero ver hoy la playa, y esa cantidad de basura la verdad es que me ha hecho pensar…solo colillas de tabaco rubio había miles ¡si, si, miles! Botellas de plástico y de cristal, zapatos, zapatillas, bolsas, botes de crema solar, botes de gel, paquetes de comida, envoltorios de helados, marañas de hilo de pescar, pedazos de muebles, troncos a medio arder, cajas de verduras y frutas, bolígrafos, lápices, utensilios varios de cocina, ¡matamoscas!, calcetines, calzoncillos, enormes remesas de Tampax, compresas y salva slips, gomas del pelo…y podría seguir hasta aburrir. Yo no digo nada, no soy nadie para ello, pero en todas las puñeteras playas del litoral ya hay papeleras por doquier, y aunque sea un pretexto manido, merecería la pena que esto nos durara por lo menos hasta que nos vayamos al otro barrio. Entre otras cosas porque lo que hoy nos ha devuelto el mar es solo lo que flota, una pequeña parte de lo que le hemos “regalado”, la mierda de verdad casi nunca se queda en la superficie, y si no comprobadlo, en casa podeís.

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