jueves, 30 de junio de 2011

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Sin más, gracias por el "casi" palíndromo.

J.I.

lunes, 20 de junio de 2011

Los Dos Ascensos.



3396 metros separan la cima del Veleta del nivel del mar. Es una montaña de esas raras a las que parece que de repente alguien le dio un leñazo por uno de sus costados, y le arrancaron dos tercios. Así, siempre que la miro me asalta la duda de cuánto se alzaría al cielo si esa línea maravillosa que recorre su cresta suroeste no se interrumpiera de repente con el corte que de súbito, configura uno de los precipicios más verticales, si no el que más, de toda la Penibética.
Durante un puñado de años fue mi montaña, cuya ascensión a primeros de agosto me absorbía de manera obsesiva. Días, semanas y meses de preparación a ritmos agónicos para, el día de la “subida”, poder afrontar con garantías de terminar la que por entonces consideraba la I.A.U (International Association of UltraRunners) la carrera de ultra-fondo más dura del mundo. Y si, digo terminar porque si bien otras carreras e incluso una maratón son la clase de pruebas en las que ajustas la planificación con vistas a lograr “tu marca”, en la Subida ese tipo de planteamientos no existen, o por lo menos son escasamente fiables. Hay demasiadas variables, por ejemplo el clima cambiante entre los 650 mt. de altitud en la salida del Paseo del Salón y los 2500 de la Hoya de la Mora en el kilómetro 35, donde empieza la verdadera prueba. Por no hablar del testarazo de los 50 kilómetros de tirada, con solo un par de descansos de falso llano que no juntan ni mil metros, y que hacen que la preparación sea todo un brindis al sol, pues en realidad, no hay manera de preparar algo así sin cambiar tu domicilio afincándote en Borreguiles, y dejarlo todo como si el mañana no existiera. “Conticoneso”, octavo en 2002.

El tiempo pasa, y las cosas y la manera de verlas son diferentes. Aquella montaña cuya cima era para mí el máximo reto deportivo paso a ser solo, enmarañada de kilométricos cables, pilonas y estaciones superiores de remontes, el punto más alto de la estación de esquí. Echo de menos esquiar, a pesar de que la etiología de este asqueroso año y medio de muletas y cicatrices sea un leñazo precisamente en esa práctica, pero es que con eso de las “arresbalaeras” tengo un “nosequé” que me puede, aunque desde la perspectiva de esquiador, el Veleta es solo otra pista más, otro remonte más.

Pero lo que son las cosas, ayer me reencontré con el Veleta. La montaña no ha cambiado nada, sigue teniendo ese perfil tan particular, tan arrogante, y las pilonas y los cables de acero siguen ahí, dormidos esperando que las nieves que el invierno traiga les obliguen a soportar el tránsito de miles y miles de esquiadores que en su mayoría desdeñaran un “Picacho” que durante décadas fue objeto de culto por parte de los primeros montañeros de Granada y de todos los que se acercaban a su sierra. Así lo constatan los escritos de los Diez Amigos Limited, y de cómo en su primer ascenso, se llegó incluso a realizar una comunicación con la Torre de la Vela en la Alhambra utilizando una gran hoguera que desde la misma cumbre y en el crepúsculo del día demostraría a los granadinos que unos cuantos aventureros llenos de espíritu habían llegado a la cima. Aquello era una proeza qué coño! Y había que contarlo, igual que hizo Luis Miguel Dominguín cuando le respondió a la mismísima Ava Gadner que a donde diantres se marchaba mientras ella aun yacía bajo las sabanas? -pues a contárselo a mis amigos!
Si hay una manera de alterar la perspectiva es cambiando el lado desde donde se mira o se encara, y en esta ocasión, lo que comenzó como un arrebato de dos montañeros en una tarde de domingo mientras disfrutábamos de un soberano ron Barceló con cocacola, ha terminado con una inolvidable ascensión al Pico por un acceso de los que no salen ni en los mapas montañeros de la Sierra. No! Ni vías inconcebibles ni riesgos exagerados! Solo el alargue de una ruta que si se hace por el itinerario normal no pasa de las tres horas pero que saliendo como en antaño, desde el valle de Monachil, nos ha tenido dos días enteritos metidos en faena. Una vereda casi perdida por la que hace medio siglo se bajaba con las acémilas cargadas de savia y esparto, y que tras cinco horas y cargados con el “enano” nos traspuso a la Central Hidroeléctrica de Diechar, punto de parada obligada para aquellos valientes que hace más de un siglo, se internaban en las laderas de la sierra.
Y cuando no hay ni camino, ni vereda, ni nada, se hace al andar como dijo Machado, y te llenas de pinchos y te cagas en su puta madre diecisiete millones de veces, pero al final resulta que llegas donde te habías propuesto, aunque solo sea con un par de tragos de agua y una barrita energética del mercadona. Y que sitio para andurrear! Como va dejando uno la mala leche cada paso que da, y cómo se valora un poco de agua en el camino! Lo que antes era grande y alto ahora, como por encanto, es chico; lo que se antojaba lejano e inaccesible, ahora es lugar de comedor y dormitorio, bajo un mar de estrellas, en una noche en la que un negro vestido de rayas rojas y blancas ha marcado el gol de su vida.
Por la mañana, no es que haya más luz, solo que es de día. La luna llena que nos visito desde la una de la madrugada, era como haberse dejado el flexo de estudiar encendido, claridad total. En medio, visita al aprisco de una vaca con cencerro y cabras montes: que todo el mundo tiene derecho, faltaría más.
A uno le suben en una silla acolchada con foam negro casi hasta la cima del Veleta, y después solo hay que decidir hacia donde se deja caer: si en dirección a Borreguiles o a la Laguna de las Yeguas. Los más, al primero, pues es donde esquía la mayoría del pueblo, los otros, se aventuran en la zona más montañera de la estación, junto con la de Cauchiles. Por la Laguna he bajado un porrón de veces. Ha habido días en los que no he salido de allí, haciendo todos los fuera de pista posibles, e incluso esperando en las cotas altas a que los medios mecánicos indicaran que el horario de cierre había llegado para después, bajar por esas pronunciadas laderas en soledad absoluta, disfrutando del silencio y de un efímero sentido de propiedad. Y sin embargo, nunca había subido andando desde tan abajo por ahí. No digo cruzarlo, que si lo he hecho dirección al Elorrieta, sino subirlo desde las primeras eses del río Dilar, y no parar hasta que llega el precipicio de Rio Seco. Ayer lo hicimos, gracias entre otras cosas a que las punteras de las Garmont de Fernando tallaron en la nieve unos magníficos peldaños por los que incluso una pierna izquierda aun no apta para chistes verdes, podía encontrar apoyo más que suficiente.
Agua del barranco y trozo de chocolate. Combustible para motores diesel como nosotros, que con paso de vaca nos plantamos en Logroño si es que hace falta. Y ya llegamos a la Carigüela, con paradita incluida entre sevillistas (qué pesaos), y a seguir para la cumbre, que ya la estamos rozando. Y la cima llega, y la emoción, aunque contenida también. Muchos meses de sin sabores y de penar del quirófano a la rehabilitación, con tragos tan amargos como el Efferalgan 1 gr. Ayer se quedaron ahí arriba unos cuantos, pues empecé a cobrarme un poco de lo que en justicia, esta vida que es muy perra, me debe.

Bueno, y ahora hay que bajar. Cuántas veces he dicho en este humilde foro lo peligroso que son los descensos. Cuántas veces he soltado el dato maldito: el 80% de los accidentes en montaña se producen en los descensos. Solución, paso de vaca otra vez. Otros lo harán en dos, pero nosotros no vamos tan apurados, y si hay que echar cinco o seis horas, pues andando. Además, ir despacio aporta iluminación, y de repente lo que iba a ser un descenso coñazo por la ruta normal, se convierte en un disfrute bajo un solo de justicia pero que lo alivian los borreguiles encharcados hasta los topes. De borreguil en borreguil y tiro porque me toca, que otra vez hay que sacar el manual de peón caminero e inventarse una travesía horizontal de las que en “invernal” le ponen a uno de los nervios, por no decir que acojonan.
Gracias a José Alberto por estar ahí para recogernos sin destino fijo, un detalle. Ya son las ocho de la tarde, y llevamos doce horas de pateo, con cima incluida. Para la mayoría esto será una castaña, para mí, el segundo ascenso más importante del año, después del de El Granada a primera división.

domingo, 19 de junio de 2011

Prueba Superada.

Tropecientasmil personas en Puerta Real, los Cármenes y por las principales avenidas Granada, y con derecho. Es de justicia, pues por fin, tras muchos años de peregrinar por el desierto de las divisiones menores, el equipo local, no el invento, sube a primera división. Mas cojones que palmeras, el Elche se tendrá que esperar.

Si dijera que soy del Granada mentiría, lo que pasa es que soy de Granada, y por tanto, más allá de sentirme orgulloso de una ciudad tan maltratada institucionalmente, lo que me siento es responsable de apoyar en todo lo que en mi mano esté aquellas iniciativas que tengan como fin, independientemente del lucrativo que también vale, la promoción y el impulso de Granada y su provincia. El fútbol es un espectáculo que cada vez me aburre más o...me pone menos, y salvo mi obstinada debilidad por la selección española (deber patrio) y los ramalazos madridistas que me permiten entablar inútiles y a la par divertidisimas discusiones con el bueno de Dani, por lo demás, esto del fútbol me la refanfinfla. Pero, qué diantres! hablamos del equipo que con una camiseta rayada al revés, se ha empeñado en darnos una alegría y una lección. La alegría es el ascenso, la lección es que mientras haya voluntad, a pesar de fallar una y otra vez, siempre hay opciones.

El caso es que el fútbol me da un poco igual, y por eso y por otras muchas razones, ayer, mientras que "el resto de los mortales" cantaba el gol de Ighalo en el campo( los que pudieran), en los bares, o donde se pudiera ver retransmitido el encuentro; mi compañero y amigo Fernando, socio del Granada por cierto, y yo nos afanábamos en preparar el vivac al lado de un apestoso aprisco a 2400 mts de altitud, pero con un caño de agua que nos recompuso después de casi trece horas de pateo y pseudo-exploración por una de las vertientes de acceso menos frecuentadas de Sierra Nevada.


Bendita FM y bendita radio. Ahora, ya en la comodidad del sofá de casa, tras otras doce horas de andurreo con salida por, cómo decirlo... la "otra puerta" de la sala, os digo que no solo cantamos casi en directo el gol del Granada, sino que bajo un cielo de estrellas maravilloso con una Osa Mayor al alcance de los dedos, nos desgañitamnos con dicho gol, animamos y vitoreamos a los jugadores, sufrimos con el equipo en el último tramo, nos cabreamos con los cinco minutos de alargue, y al fin nos abrazamos coreando a dos voces Vamos mi Granada, Vamos Campeón!

En breve contaré lo de éste par de días, pues no hubo desperdicio, pero hoy, porque es de justicia y así lo ruego, mi enhorabuena para el Granada.

viernes, 3 de junio de 2011

Montañas como putas.




A mi se me pone cara de mala leche cuando leo noticias como la que ayer publicó Marca en su diario. No voy a entrar en detalles porque toda la polémica me parece una chorrada, pero por hacer un breve resumen, solo se trata la envidia entre los dos montañeros españoles, no mejores, sino los que más parches han llevado en sus chalecos a lo largo de la historia. Uno, Oiarzabal, que es un tipo absolutamente des aconsejable por su carácter obstinadamente mandon y afán de protagonismo; y la otra Edurne Pasaban, que por lo mostrado en la última serie de Al Filo de lo Imposible, cada vez se parece más a una friki iluminada en busca de los records más absurdos. En fin, que cada uno se gana la vida como quiere y puede, pero lo de este par de mendrugos cada vez es más ridículo. Esto es lo que pasa cuando uno practica profesionalmente un deporte en el que no existen los ni los rivales oficiales, ni un ranking de ganancias, ni una final de Champions Leage en la que pelear por una copa enorme. Nada de eso hay en la montaña, pues por encima de todo es la lucha del ser humano contra si mismo, y contra las dificultades que la madre naturaleza pone en su camino. Lo demás son historias, pequeñeces de seres inferiores.

Para mi la montaña es romanticismo. Nunca he buscado en ella ni la gloria ni el destacar sobre nadie, en todo caso el darme cuenta de cuan grandes son mis limitaciones y en qué medida soy capaz de enfrentarme a ellas. Y por encima de todo el disfrute de las esencias: un efímero atardecer; sentir la lluvia y el viento en la cara; el sonido del silencio roto por el golpear de los bastones en las piedras del camino; un claro que se abre en las nubes y por el que asoman las caras norte de la Alcazaba y el Mulhacen; darse cuenta de que hay cosas que cobran sentido por que tiene lugar aquí y ahora; descubrir que la creatividad gastronómica no es ni mucho menos patrimonio de Ferrán Adriá; la conversación, el cansancio y la risa; empaparse los pantalones con la hierba alta; atisbar en la lejanía el perfil de una cabra montés oteando el horizonte; intuir la mirada curiosa de un zorro...

Os dejo una pregunta. Todos sabemos desde que somos niños cómo son los sapos, pero, cuántos habéis visto uno? Sin trampas: no cuentan ni los que los que salen en los documentales de la 2 ni los que llevan corbata o vestidos de marca en telecinco.

Como es lógico a 8000 metros no hay nada de esto. En esos rigores solo permanece la belleza monumental de las montañas en las que no existe la vida porque nada con vida puede sobrevivir. El ser humano solo puede estar de paso unas horas, y en esos pasajes su deterioro físico y mental es tan enorme que sobrepasar los tiempos marcados conduce irremediablemente a la muerte. Aunque parezca mentira, en este entorno de hostilidad medioambiental, los hombres son capaces de sacarse los ojos haciendo gala del más infame de los siete pecados capitales, aquel por el que es imposible sentir placer. El Campo Base se convierte en un prostíbulo; la cima es la puta que se contrata. Pena de gente. Ante estos ataques al verdadero sentido del Montañismo, nada como tirar de biblioteca. Por cada una de estas historias miserables y por cada uno de estos personajes rastreros, hay cien anécdotas maravillosas y mil montañeros paladines del honor y la dignidad. Vivencias que no solo dignifican a los vivos, sino que también engrandecen a los muertos.

El Rupal es la pared de montaña más alta de la tierra, 4500 metros verticales en el Nanga Parbat, uno de los ochomiles más complicados, si es que hay alguno que no lo sea. Tras muchas horas de espera, en el campamento base no pueden aguantar más y aunque saben que las posibilidades son nulas, el grupo de rescate asciende por las cuerdas fijas en busca de los cuatro montañeros japoneses que no han regresado de la tormenta. No dan con ellos, y en un gesto de esperanza infinita, dejan en la pared una gran bolsa con material y alimentos.
Años después la pared del Rupal vuelve a ser atacada por otro grupo de cuatro montañeros.Se encuentran en el corredor Merkl a pocos metros de la cumbre, y uno de ellos empieza a dar síntomas de mal de altura. Ademas, la meteorología se vuelve en contra y la nieve que no cesa de caer propicia las primeras avalanchas. Uno de estos aludes los arrastra precipicio abajo, pero la cuerda que les asegura no cede y el tornillo del que penden sigue aferrado al hielo: un milagro. Se reponen y comienzan a bajar y tras muchas horas de montar y desmontar penosos rápeles, dos de ellos llegan a una zona donde pueden sentirse seguros. Voy a soltar las cuerdas! Gritan desde arriba, pues han decidido destrepar por temor a que se quedaran enganchadas al tirar de ellas diagonalmente. El viento, su enemigo, se lleva parte de sus palabras y los de abajo entienden erróneamente el mensaje-Vale, las suelto!-reponden y las cuerdas vuelan al vacío junto con sus posibilidades de sobrevivir. Error fatal.

Los dos opciones que se les presentan son claras. O se dejan morir, o sabiendo que no hay posibilidad de éxito tratan de descender la pared del Rupal sin cuerda. Los hierros al trabajo, crampones y piolets al tajo y comienzan a bajar tres mil metros de abismo. De repente, algo llama su atención. El viento y el sol han hecho estragos, pero tras el evidente aspecto erosionado, se distingue un petate con evidentes caracteres escritos en japones. Lo abren y en su interior encuentran abrigo, cuerdas, pitones, tornillos, un infiernillo, comida y una tienda. Lo abren y encuentran su vida, que la habían dado por perdida y los japoneses muertos se la han devuelto. "Una ofrenda del más allá"

A "Juanito" y a "Pasita" les invitaba yo a darse un día un paseo por el monte sin cobrar. A que suban el recién nominado Collado de Santa María del Paritorio, por encima de la Vereda de la Estrella. Y que conocieran a Rafaela, ternera que vino ayer al mundo y a la que tuvimos el placer de conocer junto con su madre. Y que se quiten tanto parche coño!