lunes, 20 de junio de 2011

Los Dos Ascensos.



3396 metros separan la cima del Veleta del nivel del mar. Es una montaña de esas raras a las que parece que de repente alguien le dio un leñazo por uno de sus costados, y le arrancaron dos tercios. Así, siempre que la miro me asalta la duda de cuánto se alzaría al cielo si esa línea maravillosa que recorre su cresta suroeste no se interrumpiera de repente con el corte que de súbito, configura uno de los precipicios más verticales, si no el que más, de toda la Penibética.
Durante un puñado de años fue mi montaña, cuya ascensión a primeros de agosto me absorbía de manera obsesiva. Días, semanas y meses de preparación a ritmos agónicos para, el día de la “subida”, poder afrontar con garantías de terminar la que por entonces consideraba la I.A.U (International Association of UltraRunners) la carrera de ultra-fondo más dura del mundo. Y si, digo terminar porque si bien otras carreras e incluso una maratón son la clase de pruebas en las que ajustas la planificación con vistas a lograr “tu marca”, en la Subida ese tipo de planteamientos no existen, o por lo menos son escasamente fiables. Hay demasiadas variables, por ejemplo el clima cambiante entre los 650 mt. de altitud en la salida del Paseo del Salón y los 2500 de la Hoya de la Mora en el kilómetro 35, donde empieza la verdadera prueba. Por no hablar del testarazo de los 50 kilómetros de tirada, con solo un par de descansos de falso llano que no juntan ni mil metros, y que hacen que la preparación sea todo un brindis al sol, pues en realidad, no hay manera de preparar algo así sin cambiar tu domicilio afincándote en Borreguiles, y dejarlo todo como si el mañana no existiera. “Conticoneso”, octavo en 2002.

El tiempo pasa, y las cosas y la manera de verlas son diferentes. Aquella montaña cuya cima era para mí el máximo reto deportivo paso a ser solo, enmarañada de kilométricos cables, pilonas y estaciones superiores de remontes, el punto más alto de la estación de esquí. Echo de menos esquiar, a pesar de que la etiología de este asqueroso año y medio de muletas y cicatrices sea un leñazo precisamente en esa práctica, pero es que con eso de las “arresbalaeras” tengo un “nosequé” que me puede, aunque desde la perspectiva de esquiador, el Veleta es solo otra pista más, otro remonte más.

Pero lo que son las cosas, ayer me reencontré con el Veleta. La montaña no ha cambiado nada, sigue teniendo ese perfil tan particular, tan arrogante, y las pilonas y los cables de acero siguen ahí, dormidos esperando que las nieves que el invierno traiga les obliguen a soportar el tránsito de miles y miles de esquiadores que en su mayoría desdeñaran un “Picacho” que durante décadas fue objeto de culto por parte de los primeros montañeros de Granada y de todos los que se acercaban a su sierra. Así lo constatan los escritos de los Diez Amigos Limited, y de cómo en su primer ascenso, se llegó incluso a realizar una comunicación con la Torre de la Vela en la Alhambra utilizando una gran hoguera que desde la misma cumbre y en el crepúsculo del día demostraría a los granadinos que unos cuantos aventureros llenos de espíritu habían llegado a la cima. Aquello era una proeza qué coño! Y había que contarlo, igual que hizo Luis Miguel Dominguín cuando le respondió a la mismísima Ava Gadner que a donde diantres se marchaba mientras ella aun yacía bajo las sabanas? -pues a contárselo a mis amigos!
Si hay una manera de alterar la perspectiva es cambiando el lado desde donde se mira o se encara, y en esta ocasión, lo que comenzó como un arrebato de dos montañeros en una tarde de domingo mientras disfrutábamos de un soberano ron Barceló con cocacola, ha terminado con una inolvidable ascensión al Pico por un acceso de los que no salen ni en los mapas montañeros de la Sierra. No! Ni vías inconcebibles ni riesgos exagerados! Solo el alargue de una ruta que si se hace por el itinerario normal no pasa de las tres horas pero que saliendo como en antaño, desde el valle de Monachil, nos ha tenido dos días enteritos metidos en faena. Una vereda casi perdida por la que hace medio siglo se bajaba con las acémilas cargadas de savia y esparto, y que tras cinco horas y cargados con el “enano” nos traspuso a la Central Hidroeléctrica de Diechar, punto de parada obligada para aquellos valientes que hace más de un siglo, se internaban en las laderas de la sierra.
Y cuando no hay ni camino, ni vereda, ni nada, se hace al andar como dijo Machado, y te llenas de pinchos y te cagas en su puta madre diecisiete millones de veces, pero al final resulta que llegas donde te habías propuesto, aunque solo sea con un par de tragos de agua y una barrita energética del mercadona. Y que sitio para andurrear! Como va dejando uno la mala leche cada paso que da, y cómo se valora un poco de agua en el camino! Lo que antes era grande y alto ahora, como por encanto, es chico; lo que se antojaba lejano e inaccesible, ahora es lugar de comedor y dormitorio, bajo un mar de estrellas, en una noche en la que un negro vestido de rayas rojas y blancas ha marcado el gol de su vida.
Por la mañana, no es que haya más luz, solo que es de día. La luna llena que nos visito desde la una de la madrugada, era como haberse dejado el flexo de estudiar encendido, claridad total. En medio, visita al aprisco de una vaca con cencerro y cabras montes: que todo el mundo tiene derecho, faltaría más.
A uno le suben en una silla acolchada con foam negro casi hasta la cima del Veleta, y después solo hay que decidir hacia donde se deja caer: si en dirección a Borreguiles o a la Laguna de las Yeguas. Los más, al primero, pues es donde esquía la mayoría del pueblo, los otros, se aventuran en la zona más montañera de la estación, junto con la de Cauchiles. Por la Laguna he bajado un porrón de veces. Ha habido días en los que no he salido de allí, haciendo todos los fuera de pista posibles, e incluso esperando en las cotas altas a que los medios mecánicos indicaran que el horario de cierre había llegado para después, bajar por esas pronunciadas laderas en soledad absoluta, disfrutando del silencio y de un efímero sentido de propiedad. Y sin embargo, nunca había subido andando desde tan abajo por ahí. No digo cruzarlo, que si lo he hecho dirección al Elorrieta, sino subirlo desde las primeras eses del río Dilar, y no parar hasta que llega el precipicio de Rio Seco. Ayer lo hicimos, gracias entre otras cosas a que las punteras de las Garmont de Fernando tallaron en la nieve unos magníficos peldaños por los que incluso una pierna izquierda aun no apta para chistes verdes, podía encontrar apoyo más que suficiente.
Agua del barranco y trozo de chocolate. Combustible para motores diesel como nosotros, que con paso de vaca nos plantamos en Logroño si es que hace falta. Y ya llegamos a la Carigüela, con paradita incluida entre sevillistas (qué pesaos), y a seguir para la cumbre, que ya la estamos rozando. Y la cima llega, y la emoción, aunque contenida también. Muchos meses de sin sabores y de penar del quirófano a la rehabilitación, con tragos tan amargos como el Efferalgan 1 gr. Ayer se quedaron ahí arriba unos cuantos, pues empecé a cobrarme un poco de lo que en justicia, esta vida que es muy perra, me debe.

Bueno, y ahora hay que bajar. Cuántas veces he dicho en este humilde foro lo peligroso que son los descensos. Cuántas veces he soltado el dato maldito: el 80% de los accidentes en montaña se producen en los descensos. Solución, paso de vaca otra vez. Otros lo harán en dos, pero nosotros no vamos tan apurados, y si hay que echar cinco o seis horas, pues andando. Además, ir despacio aporta iluminación, y de repente lo que iba a ser un descenso coñazo por la ruta normal, se convierte en un disfrute bajo un solo de justicia pero que lo alivian los borreguiles encharcados hasta los topes. De borreguil en borreguil y tiro porque me toca, que otra vez hay que sacar el manual de peón caminero e inventarse una travesía horizontal de las que en “invernal” le ponen a uno de los nervios, por no decir que acojonan.
Gracias a José Alberto por estar ahí para recogernos sin destino fijo, un detalle. Ya son las ocho de la tarde, y llevamos doce horas de pateo, con cima incluida. Para la mayoría esto será una castaña, para mí, el segundo ascenso más importante del año, después del de El Granada a primera división.

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