viernes, 8 de abril de 2011

El miedo.






Como muchos, en su momento no perdí ni un solo capitulo cuando la televisaron en la Primera hace un porrón de años. Después, no sé porqué desapareció de las parrillas de programaciones televisivas, y mientras que el coñazo de Verano azul lo pasaban cada dos por tres, a Juncal lo enviaron al baúl de los desheredados. Tiene gracia que los de la tele eligieran el coñazo de los niños de Nerja en vez de las peripecias del torero. Tiene gracia porque para los adolescentes de hoy en día, el verano de Chanquete, Javi y Bea debe de ser algo inimaginable, a la sazón: sin drogas; sin mega-fiestas con sus “afters” correspondientes; sin preñadas y delincuentes como parejas habituales, y todos ellos, claro está, con unos dieciséis añitos maravillosos. Sin embargo, A Paco Rabal y a su mejor personaje televisivo, se lo cepillaron sin más, sin tener en cuenta que tanto la serie como lo que en ella se cuenta es intemporal, y que hasta para el más “anti-taurino”, siempre supone un rato de deleite.
Yo al final me la compré; primero en VHS y después en DVD, antes claro esta de que salieran todas las páginas de descarga en internet. Hoy me la hubiera bajado sin decoro alguno con tal de joder un poco a los de la SGAE. Desde entonces me la veo cada dos por tres. El caso es que una de las escenas que más me gustan de la serie es cuando en la habitación de un hotel, el maestro habla sobre el miedo con su hijo, que esa tarde toreara y que se enfrenta a ese momento de dudas y temores omnipresente en la vida de los que a lidiar reses bravas se dedican. Le cuenta la anécdota de un periodista al que en tiempos conoció, y que a base de repetírselo una y otra vez, le hizo memorizar todos los sinónimos de la palabra miedo, pues a aquello que bien se conoce, se teme menos. Juncal le suelta la retahíla, mientras que el hijo escucha y sonríe a la par: Temor, recelo, rescoldo, aprensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, canguis, canguelo, julepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repullo! Absolutamente genial.

Pensando en el miedo, y en cómo nos afecta no solo en la montaña, sino en la vida en general, deberíamos recapacitar un poco sobre él, y sobre cómo combatirlo en las situaciones en las que nos lo crucemos.
Si hay una sensación contraria al miedo es la sensación de Flujo. Esa fluidez que notamos cuando subimos en plenitud una montaña o descendemos un largo puerto con nuestra bici no puede estar más en las antípodas del miedo. Ante una situación límite, todo lo que era placer se convierte en sufrimiento. El Sistema Nervioso Simpático desata una oleada de hormonas del estrés que inundan como un tsunami el torrente sanguíneo. Nuestra frecuencia cardiaca se dispara, así como la presión arterial y los niveles de azúcar en sangre. De manera involuntaria, la mayor parte de la sangre se dirige hacia los grandes grupos musculares, por lo que se nos interrumpe la digestión, y empezamos a temblar sin remedio. La visión se hace cada vez más borrosa y de menor ángulo. Llegados a este punto, en el que el caos se ha hecho fuerte en nuestro organismo, solamente quedan dos opciones: cagarse en los pantalones (literal), o bien, que el Sistema Nervioso Parasimpático retome el control, y nos permita “sobrevivir”. El ser humano posee tres sistemas principales para esta supervivencia: el visual, el procesamiento cognitivo y el desarrollo motor. Pues bien, si el miedo persiste, todos los sistemas se invalidan, por lo que nos cagamos y meamos encima, nos quedamos paralizados y perecemos. Además, el miedo imposibilita el buen juicio, que es la principal herramienta para salir de una situación adversa, tanto que las decisiones sin criterio son el nexo común participe en todas las desgracias que surgen en la naturaleza, y también en la vida.
Al igual que el miedo, el dolor o el valor, no hay unidad de medida oficial que los pueda tasar. Lo que a mí me duele, a otro puede que no lo haga; lo que yo me atreva a afrontar, a otro le dejará paralizado. Por eso es tan importante tomar el control de las situaciones, pues si persiste el miedo, el estrés nos impedirá realizar funciones del tipo fino o complejo, y solo nos dejará como mucho, huir sin más. Desde luego que no es mala opción en muchos casos, pero no es la más favorable para aprender, y además, es posible que en ocasiones lo que nos salve sea no movernos. El valor es finito, y la falta de él nos bloquea y nos incapacita. Al salir al monte, ser conscientes de que se nos pueden presentar situaciones límite en cualquier momento, y ser capaces de PARAR, ANALIZAR, RAZONAR un plan, Y ACTUAR no solo nos “salvará” en la medida que nos hayamos enfangado, sino que en la otra vida se lo pondremos más difícil a ese jefe cabrón que nos tiene enfilados y que espera cualquier despiste para ejecutarnos.