Día 2:
A las siete en punto han venido a despertarme para el aseo personal, la tensión, la temperatura y lo peor de todo, el camisón. Si los toreros se engalanan con el vestido de torear y la liturgia de vestirse antes de ir a la plaza es de una solemnidad catedralicia, el que te pongan el camisón este con el culo al aire y una guitilla por detrás del cuello como único agarre posible a la dignidad, es desde luego todo lo contrario. Seguro que hay gente que hasta les queda bien, pero desde luego uno no se puede sentir más ridículo.
Si la de ayer fue noche mora, esta ha sido noche de gritos en la oscuridad. Llamadas a las emfermeras, peticiones de cuñas o "quiorbas", dolores y quejidos en busca de alivio, y ronquidos por doquier. Entre eso, y que uno mismo no ha andado fino con el sueño, cuando por fin ha venido el enfermero a avisarme de la hora, he saltado de la cama como un gato en el agua.
Bueno, que salga todo bien, y ya contaré.
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