lunes, 21 de junio de 2010

Eigerwand: Toni Kurz y la Travesía Hinterstoisser.



No se nada de roca. Mi arnés no me ha sostenido en ninguna pared de renombre, ni de nombre. Ni siquiera he cambiado las bailarinas que tengo desde hace más de 12 años, cuando uno de mis hermanos me las regaló por navidad. Ahora que lo pienso, incluso la cuerda que tengo era de un amigo, o de su hermano o algo así. Definitivamente, trepar no ha sido lo mío. Pero cuando veo una pared, por algún motivo, siempre trato de averiguar e imaginar las posibles vías de subida. Y mis ojos, siempre se esfuerzan en comprobar si está o no equipada, o si hay alguien colgado en ella.

Mi referí a Mallory como uno de los referentes del montañismo, y para mi no hay nadie como él. Messner es el más grande, y lo mantengo, pero Mallory era otra cosa. En las montañas me pasa algo parecido. El Everest es lo máximo, no solo es aquel que empieza donde termina el resto de los ochomiles. Es más, es la justificación plena de que la dificultad de una cima radica por encima de todo en la altitud. No obstante, al igual que está Mallory en otra categoría, también lo está el Eigerwand: la cara norte del Eiger.

A parte de donde está, en qué macizo, y demás descripciones, desde el punto de vista estrictamente técnico, el Eiger es como cualquier montaña. La altitud de 3970 mts. no es nada extraordinaria, y salvo la pared norte, las otras vertientes son bastante normales. Pero eso de de llamarse Ogro (traducción del alemán Eiger)tiene su explicación. Y es que si hablamos del Eiger , hablamos de muerte. Desde 1935 han fallecido más de cincuenta montañeros en la pared norte, y desde el primer intento hasta nuestros días, intentar el Eiger ha sido, es y sera una osadía alpinistica que pone los pelos de punta al más pintado. Como digo, en esa cara se ha cobrado medio centenar de vidas, y entre ellas las de dos de los más grandes escaladores españoles de todos los tiempos: Ernesto Rabadá y Alberto Navarro que fallecieron en 1963.

Pero hoy no me he propuesto hablar de estos dos "Monstruos del Granito", pues merecen capítulo aparte. No, de quien quiero hablar es de una cordada formada por cuatro jovenes alpinistas que escribieron una de las páginas más trágicas pero a la vez gloriosas e impresionantes de la historia de la escalada.

Era el verano de 1936. En España acabábamos de empezar a liarnos a tiros, mientras que estos cuatro valientes, decidieron enfrentarse al "último problema" alpino por resolver. La Walker, las Jorasses, el Cervino, el Montblanc, todo estaba hecho, pero aun quedaba la Norte del Eiger. El verano anterior, ya había "fracasado" otra cordada: fueron dos jóvenes alemanes que perecieron congelados a más de tres mil metros, en lo que luego se llamo el "Vivac de la Muerte". Motivado por aquel trágico suceso, las autoridades suizas llegaron incluso a prohibir la escalada a dicha pared, lo cual produjo un gran revuelo en el mundillo alpino. Pero al año siguiente, a mediados de julio, una cordada de alemanes formada por Toni Kurz y Andreas Hinterstoisser se propuso ser los primeros en llegar a la cima por esta terrible pared. A ellos se les unió otra cordada, esta de austriacos formada por Edie Rainer y Willy Angerer, y todos juntos emprendieron el ataque. Durante la primera jornada ascendieron el primer tercio de la pared sin mayor problema. Es una zona mixta sin grandes problemas, asi que avanzaron rápido hasta su primer vivac. Al día siguiente, reanudaron su ascenso. Subian rápido. En el valle, Turistas y curiosos les podían distinguir sin dificultad, mientras disfrutaban del paisaje y de una cerveza. Y de repente, el grupo se tuvo que parar en seco. Tras el primer tercio de pared y despues de vencer a la Fisura, se llega a un gran muro liso llamado Rote Fluh(Muro Rojo). Para la época era infranqueable, por lo que tuvieron que buscar una vía alternativa.

En el grupo había dos bávaros, uno de ellos Hinterstoisser, que a pesar de su juventud ya tenia fama de ser uno de los mejores escaladores de la época. Si bien Toni Kurz era el líder del intento, Andreas era el escape técnico en quien confiar cuando todos claudicaran ante la pared. Hechos un ovillo, apretados por la precariedad de la repisa, miraron al rubio alemán encomendándose a su habilidad. Éste, como los grandes, acometió el paso con más decisión que certeza, y con movimientos de genio, adivinó la vía por donde seguir. Ascendió por la fisura, saco una piqueta y la clavo lo más alto que pudo. Pasó un cordino y lo anudó. Tras eso, metió la cuerda que le aseguraba por dicho cordino, y usando la tensión que le proporcionaban sus compañeros al tirar, comenzó a desplazarse horizontalmente hacia la izquierda. Fueron cuarenta metros de genialidad y destreza, pero también de unos arrestos inconmensurables. A día de hoy, esa travesía que hoy porta con honor el apellido de este audaz joven, sigue siendo la parte más difícil de la vía. Donde todas las cordadas dejan siempre cuerdas fijas e incluso hay un cable de acero al que enmosquetarse para poderla atravesar. Kurz y sus compañeros sabían que ya no se iban a encontrar con nada tan difícil como esa travesía por la que había pasado con éxito Hinterstoisser, así que es de imaginar que lo celebraran como quien le baja las bragas a una chica ¡Muy mal se me tiene que dar! Euforia total. Esa euforia que hace que no te pongas el condón. Esa euforia que te hace cometer errores. Sin pensar más , los cuatro continuaron el ascenso por el primer nevero. En realidad era lo previsto, pues esa zona central de la pared era a priori la ruta más lógica para la cumbre.

En la norte del Eiger nunca da el sol. Además, siempre está expuesta a las frecuentes tormentas que entran por los valles hacia el macizo, por lo que la exposición siempre es máxima. Pero además hay otra amenaza: las avalanchas. Continuamente, y esto es habitual en los Alpes, hay aludes de nieve, pero en el Eiger se suman también las avalanchas de piedras. Cuando llega la tarde y el sol pega en las zonas altas de la pared, el calor producido hace que el hielo y la nieve se derritan, precipitando al vacío montones de sedimentos y piedras que durante el paso de los años se han ido quedando pegados. Cuando eso empezó a ocurrir, se encontraban en mitad del nevero, absolutamente desprotegidos ante este bombardeo. Me toca; no me toca. Me da; no me da; me da. Dolor. Miedo. Se acabó.

Una roca como un puño, cayendo desde ciento cincuenta metros no te hace daño, te abre la cabeza, y eso fue lo que le ocurrió al bueno de Willy Angerer. Sangrando y con el cráneo abierto, todo se ve de una forma diferente, pero si estas en mitad de la pared más terrorífica de los Alpes, con un patio de setecientos metros al suelo, y con la posibilidad de recibir otra andanada de piedras, las posibilidades de quedarte quieto y quejarte no son muchas. Por ello, los dos alemanes que desde arriba habían visto la situación, se pusieron a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas, hasta que tuvieron a su altura a los dos austriacos. Me imagino que negarían la evidencia como quien niega un cáncer. Le dirían que no era para tanto y que no se preocupara, y el otro, con lo se le venia encima, asentiría sin más, contento de no estar solo en una situación como esa.

Hicieron noche en el hielo. Para el herido, un suplicio de sombras y frio, para los otros, una incógnita interminable. A la mañana siguiente continuaron el ascenso. Me imagino que lo hablarían durante la noche, y llegarían a la conclusión de que bajando tardarían más en volver al valle que si hacían cumbre y descendían por la cara este. Pero el caso es que mientras que los dos bávaros trepaban con rapidez por el segundo nevero, los dos austriacos penaban con lentitud. Al final del día deberían haber llegado ya a la Rampa antes de la Araña Blanca, y sin embargo, seguían en el nevero. Se le echó encima la noche, y lo peor de todo, el mal tiempo. Esas horas hasta el alba debieron ser dramáticas, y lo que la jornada anterior aun era esperanza, debió de convertirse en pánico y pavor. Sabían que la cima se había esfumado, y ahora la prioridad era salir de allí como fuera. Había que bajar por el mismo sitio por el que habían conseguido escalar. No me quiero imaginar el escalofrío que tuvo que sentir Hinterstoisser cuando se dio cuenta de su error. Esa travesía que tan audazmente consiguió liberar y que la historia recordaría como una genialidad, no se podía hacer en sentido contrarió. Y lo que es peor, no habían dejado una cuerda fija a la que asegurarse. Las crónicas alpinas cuentan que desde el valle, los curiosos les vieron intentar ese paso durante horas, pero lo cierto es que en ningún momento pudieron conseguirlo. Solo les quedaba una alternativa. Había que asumir el riesgo y montar rapeles y para descender verticalmente.

Una de las particularidades del Eiger, aparte de lo ya dicho, es que la montaña está atravesada de lado a lado, por la mitad, por un túnel que alberga una vía de tren. La construyo el gobierno suizo a principios de siglo, al igual que dos ventanas que se asoman a la pared norte. A día de hoy, a parte del helicóptero, muchas expediciones utilizan ese tren para, a través de la ventana más baja, llegar directamente al segundo tercio de pared al lado de la travesía Hinterstoisser. Cuando se encontraban en los primeros rapeles, desde la ventana, en mitad de la tempestad, Toni Kurz consiguió distinguir una voz. Era uno de los guardas del túnel que les preguntaba como se encontraban. Por inercia, por inconsciencia, o por lo que fuera, el caso es que Kurz le grito un ¡Bien! que dejo al operario tranquilo. Pero que de ninguna manera reflejaba el drama que estaban viviendo, y el peligro que corrían.

El tiempo ya era detestable. Un grueso manto níveo cubría sin piedad toda la pared, y el frió se intensificaba por minutos. En una repisa, Andreas se soltó de la cuerda para poder montar otra reunión y otro rapel. Mientras, a su lado , seguían encordados los otros tres alpinistas, y de repente, la tragedia. El alud se llevó primero a Hinterstoisser: le encontrarían seiscientos metros más abajo. Después, el resto. Edie Rainer quedó atrapado contra la pared, con lo que se le aplastó el diafragma y murió asfixiado en pocos minutos. Por debajo de él, estaba Kurz, y tras él Willy Angerer, que también falleció debido a los golpes recibidos en la caída. La situación era dramática.

En un segundo todo se había torcido, y la el futuro no pintaba mejor. Lo que Kurz tuvo que pensar en ese momento debió de ser apabullante, el miedo solidificado. Todos sus amigos estaba muertos, y él se encontraba colgado en mitad de la pared, sin poder hacer absolutamente nada. Pasaron las horas y anochecía. Hacia mucho que el guarda del tren había gritado a través de la tempestad, y a esas alturas, sin verles abajo, comprendió que algo iba mal. No dudo en convocar a un grupo de rescate, y estos enseguida se dispusieron a llegar donde se encontraban los perdidos. Gracias al tren, salieron directamente por la ventana que hay debajo de la Travesía, y una vez allí entre las ráfagas de viento y nieve contemplaron la dantesca visión: a pocos metros, en horizontal, colgaba el cadáver de Angerer; por encima de él, Toni Kurz gritaba y pedía ayuda desesperadamente, y por encima el caos de la pared y la tormenta cortado por la cuerda en tensión que había asfixiado a Edie. Nada podían hacer por ahora. La noche y las condiciones lo hacían imposible, así que a pesar de las suplicas del superviviente, se dieron media vuelta hacia el túnel, diciéndole a Kurz que volverían al día siguiente. Que aguantara.

El frío. La nieve. La noche. El viento. El miedo. La soledad. Cualquiera en esas condiciones se hubiera rendido. Solo hacia falta dormirse y ya está, los treinta bajo cero harían el resto. Pero Kurz no era de esos, y de manera incomprensible, aguantó. Cuando a la mañana siguiente llegó el grupo de rescate, se dieron cuenta de que aunque el aspecto era terrible, aun estaba vivo. Tenia la mano izquierda congelada pues se le había perdido la manopla, pero con la otra, seguía agarrado a su cuerda, como a la vida. Solo había una solución y así se lo hicieron saber. Tendría que cortar la cuerda por debajo de el, haciendo que su compañero cayera al vacío, y tras esto, tratar de ascender como fuera hasta llegar a la reunión en la que estaba asegurado. Tras esto, debería deshacer dicha cuerda, atar los tres cabos uno tras otro, soltar el cordino para que llegara hasta donde estaban los rescatadores y que estos, aprovechándolo, anudaran otra cuerda y piquetas con la que montar otro rapel y poder descender. ¡Casi nada!, y eso con una mano congelada y después de haber pasado la peor noche de su vida. Tardo horas en deshacer la cuerda con una mano, pero lo consiguió. Cuando el extremo del cordino llego a la altura del grupo, estos pudieron hacer lo previsto, y ataron la otra cuerda, dando un tirón para que el herido comenzara a jalar de ella. Durante el ascenso, se dieron cuenta de que la nueva no era lo suficientemente larga como para llegar a la repisa, así que la detuvieron y unieron otra al extremo con un nudo simple. Sin saberlo, acababan de condenar a muerte a Toni Kurz.

Toni lo hizo todo bien. Subió la cuerda, monto el rapel y comenzó el descenso. Todo iba perfecto, hasta que a unos pocos metros de donde le observaban los otros, se dio cuenta del error. ¡El nudo! Ese nudo que habían utilizado para alargar la cuerda, no pasaría por el mosquetón. Durante horas trató y trató de que pasara pero no pudo. La fatiga; el dolor; la mano congelada; Ni nada ni nadie le podrían ayudar, y lo sabía. Se giró, miro a sus salvadores y lacónicamente exclamo Ich kann nicht mehr!.

Tras ese ¡ya no puedo más!, Toni Kurz falleció. Tardarían días en poder rescatar su cuerpo, que permaneció colgado ante la mirad de todos los del valle.

3 comentarios:

  1. Vaya historia!!!! Y cuánta gente aproximadamente ha logrado subir el Eigerwand?? Lo sabes?

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  2. Gracias por el comentario! Como en todas las montañas, al final la perseverancia las vence, y a día de hoy son muchas las vertientes que se han subido, y muchas las vías nuevas que se han abierto. Pero sigue siendo una de las paredes míticas, y al igual que pasa aquí en Sierra Nevada, o en cualquier otra cordillera, el Eiger se sigue cobrando víctimas. Fíjate que cuando Terray y Lachenal hicieron la segunda ascensión de la historia del Eiger en 1947 ya habían cascado allí diecisiete alpinistas. Un ogro, vamos!

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  3. Excelente relato!!!. Muy ajustado a la historia que relata la película del 2008. Felicitaciones.

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