Lo que está ocurriendo en el mundo del alpinismo no deja de tener su gracia. Todos conocemos las expediciones comerciales que desde hace décadas se comprometen a llevar a "casi" cualquiera a la cima de cualquier montaña (preferentemente el Everest), es algo contra lo que poco se puede hacer. Es más, si un a individuo no le duele en prenda pagar 350€ por un menú degustación en el Bulli de Ferrán Adriá, ¿porque otro va a tener más reparos en pagar 30.000 € por subir el Everest con una empresa que pone absolutamente todos los medios a su disposición? Pero el tema es cuestión no es ese.
Lo que me pregunto después de todo este aluvión de noticias desde el Himalaya es ¿Ahora cual va a ser el reto? Entre mujeres y hombres ya hay mas de veinte personas que han coronado los catorce, por lo que ya no hay posibilidad de ser los primeros en nada serio. Y es que el profesionalismo de estas gentes de chalecos con parches es manifiesto, y visto lo visto, parece difícil encontrarlos en otra tarea que no sea la de ascender montañas para ganarse el pan. Ejemplo de ello es el amigo Oiarzabal que se ha propuesto ser el primero que los haga dos veces. Y yo me pregunto, ¿qué tiene esto que ver con cualquiera de nosotros? Parece que nada.
Ayer, mientras veía y escuchaba a Edurne Pasaban en la televisión en un muy oportuno reportaje/entrevista de RTVE emitido por la noche en la 2, experimente cuán difícil se me hacia encontrar algún nexo de unión entre sus principios montaneros y los míos. Hablaba de su trayectoria en el alpinismo, y de como desde que empezó su singladura himalayística a principio de los noventa, pasando por el punto en el que se unió a los de "Al filo", y hasta que el pasado 17 de mayo terminó el bucle de los catorce, lo mas importante para ella fue la gente con la que iba. ¡Los compañeros por principio, y sin ellos nada! Esto me recordó a ese honorable, tradicional y sagrado baluarte del alpinismo: la cordada, pero no no engañemos. La cordada en esas montañas no existe, allí solo hay cuerdas fijas que ponen los sherpas contratados o los mismos integrantes de las expediciones (y si no que le pregunten al difunto Tolo Calafat con quién iba él encordado). Por lo que eso de los compañeros parece que debe de ser por otro motivo. No lo discuto, pues si me tengo que ganar la pasta, prefiero hacerlo con amigos antes que aguantar a un sieso que no conozco. ¡Así que los compañeros! Edurne Pasaban contaba sus peripecias con ellos y yo, mientras escuchaba hacia la siguiente reflexión. Si estuvieramos hablando de toros, nadie tendría duda. Se llama plaza de toros; se llama corrida de toros; se les llama toreros...¿será por que sin toro no hay nada?. El toro es el único indispensable y necesario y es alrededor de él por lo que todo lo demás tiene sentido.
Pues bien, a mi entender la montaña debería ser algo parecido. Ya se que no es un ser vivo que se comporte en función del torero o las variables de crianza , bravura o casta. Pero la montaña en si es lo principal de cada ascensión, y a su antojo ella o quien manda sobre ella decide el destino de quienes se aventuran a subirla. Y por ello es descriptivo el que a todos estos "Pros" del montañismo se les oiga tan pocas veces hablar de la montaña. Eso si, siempre nos transmiten que sus ascensiones han sido lo más limpias posibles. ¿Que querrán decir? Don Pedro Pidal, en uno de los pasos complicados, izó sobre sus hombros a "El Cainejo" para la primera ascensión del Naranjo; el mismísimo Terray subió casi siempre a expensas de lo que hacía Lachenal por encima suya; por no hablar de las veces que en aquella época tuvieron que poner buriles, piquetas, clavos o incluso cuñas de madera para poder ascender aquellas paredes por las que, con los medios de entonces hubiera sido imposible subir. ¿Acaso no eran limpios estos hombres? ¿Eran unos desalmados sin criterio y sin principios? Todo lo contrario, eran unos héroes. Capaces de ser cautelosos antes de enfrentarse al peligro, pero siempre audaces cuando ya estaban inmersos en el.
No pretendo en ningún caso convertirme en un nuevo Henry David Thoreau ofuscado por una vida encomendada a la naturaleza y sus beldades pero pienso que el que sube a la montaña es, aparte de por deporte, porque hay algo que le llama ahí arriba. Es parte de una respuesta o de una búsqueda del medio afín. Como si cada día, un trozo de pared o roca se desprendiera del monte y por un incomprensible motivo, llegara a nuestras manos convirtiéndonos en portadores perpetuos de una parte de ella, y que por esa querencia, volviéramos una y otra vez a devolverle lo que le pertenece.
Messner, después de hacer los catorce ochomiles, se dedicó a la exploración extrema en los Polos y la Patagonia; Busco al Yety; se puso a escribir libros y dar conferencias, y hasta hoy. No hace mucho le oí decir que para él, hacia tiempo que las grandes paredes habían terminado, pero que siempre se le podría encontrar en la montaña. ¿Simple no?
Por mi parte, hoy le he dedicado un buen rato a calcular cuantas veces he subido al Mulhacén. Al Veleta ni me lo propongo, y con otros el resto me pasa igual. Ni lo se ni me importa.
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