En nuestro quehacer diario, quién no compra un cupón de vez en cuando; quién no espera un poco de suerte con ese negocio, ese cliente, esa oposición, ese examen...y ahí se queda el asunto, en un deseo.
Cuando vamos al monte pocas veces la buscamos. Acaso la noche de antes cuando le pedimos que nos abrace un poco y así asegurarnos el buen tiempo. Por lo demás, ni caso, ni mirarla. El resto de las cosas suelen estar controladas. Desde que se nos enciende la bombilla de la salida hasta que retornamos a la ducha en casa, cualquiera de nosotros sabe qué va a hacer, por dónde va a ir, y qué debe llevar en la mochila. Salvo raras excepciones, no se de nadie que salga al monte y que no sea precavido de más. De hecho nos solemos pasar en todo y si no por qué no preguntarnos ¿qué hacía ahí esa cuerda de 40 metros , esa chaqueta de plumas o ese Tupper con filetes empanados como para un bautizo?
En cuanto a la forma física, nada hay más correctivo. La montaña disciplina al montañero de manera que si éste está en forma subirá, sino se quedará. Es así, no hay más. Solo aquellos que no se han probado nunca en las laderas de una montaña cometen alguna vez el error de no guardar, y como niños envalentonados, se vacían sin más subiendo y subiendo para luego desfallecer. Es entonces se hace bueno aquello de que la letra con sangre entra.
Lo habitual es el control de la situación, y si la cosa no se tuerce, al final todo se resume a una salida con más o menos disfrute. Y desde luego, sin que la Diosa Fortuna haya tenido nada que ver en el asunto. Somos poderosos y no hemos requerido su presencia.
Por no hablar de ese fenómeno medico extraordinario que padece el montañero. En ese medio maravilloso en el que se miran a las nubes a la cara, nunca duele nada salvo el cansancio. Las torceduras son livianas, los golpes son soportables y el frío es insuficiente. Y sin embargo, como por arte de magía, cuando bajamos es cuando empezamos a sufrir de todo: los pies, las rodillas, la espalda...
En los años que llevo con mi Ferrino a la espalda, me han ocurrido pocas cosas de trascendencia y eso me ha hecho sentirme seguro y confiado a la hora de tomar decisiones en la montaña. Como a cualquiera, el hecho de haberme perdido mas de la cuenta alguna que otra vez, o haber "negociado" con mas o menos éxito determinadas situaciones comprometidas, no ha supuesto para mí mas que la confirmación de encontrarme cada día más identificado con ese entorno de aire puro y horizontes repletos de cumbres. Pero también me ha hecho pensar en que la suerte. Esa en la que casi nunca he reparado pero que me ha acompañado casi siempre, y a la que hoy, todavía lesionado, no dejo de invocar para que de nuevo esté conmigo. Y es que en realidad, el montañero que baja sano de una cumbre no es necesariamente mejor que el que se ha caído, sino que ha tenido un poco de más suerte, un poco más de Diosa Fortuna a su lado.
que carica tenías de felicidad en la cima del mont ventux, cabronazo, aunque me gustaba más la de la bodega. Por cierto vaya maquinón de bici so mierda, y yo tirando para quentar con una de 250 euros.., Tengo tu entrevista en la casa..
ResponderEliminarPor cierto, chiste granaíno: Un tío de Dúdar, ellos le laman Dúar/s. Dice, ¿sabes cual es el mar de dúas/r?, pues el pantano de quentar....m, lógico.. Un mar de dúah... es el pantano de quentar. Todo filosofía
Bueno, te veo poeta, me ha gustado la reflexión, la suerte, esa que es como el viento qu eno se ve, pero se nota.. No somos nadie sin suerte, tienes razón, aunque según allgún filósofo, uno debe buscarla..
Arriba españa amigo, y a ver si te operan, o te dan la invalidez total, te operas y luego a subir montañas, y que nos mantengan los funcionarios. perdón por si alguien se ofende.., el puto Zapatero va a a acbar también con los funcionarios... Lo deberían fusilar, en el Ferrol sería un buen sitio, o en Alicante..., a ver si los socialistas tienen cojones a llevarlo a hombros hasta el valle d ellos caidos..., ahí queda eso
Grande maestro, eres grande!!
ResponderEliminar