jueves, 3 de febrero de 2011

Seguridad ante todo.




Este blog, no está pensado para enseñar nada. El que escribe no es más que un simple aficionado a la montaña y al deporte en general, y por ello, ni me siento capacitado ni pretendo sentar cátedra sobre nada de lo que escribo. Al que le guste, que lo lea, y al que no, pues nada, esto es libre.

Lo que pasa es que a veces, como en esta ocasión, me dan ganas de soltar algunas cosillas que parece que se nos olvidan con el tiempo, y que considero que es oportuno recordar. Para ello, lo mejor suele ser irse a los clásicos, o como ahora, a los grandes manuales.

Salir a la montaña ante todo debe ser un ejercicio de responsabilidad. En otra ocasión ya hablé sobre la dificultad de organizar una mochila, y las decisiones que hay que tomar en ese momento y que serán relevantes para la buena marcha de la excursión. Pero si bien eso es algo que hay que hacer antes de calzarse los crampones, lo que no se debe ni se puede hacer antes de tiempo es tomar decisiones tajantes sobre rutas y objetivos, y más cuando el entorno es invernal y por tanto está sujeto a una serie de variables que no podemos controlar. Desde aquí abajo las cosas se ven de una manera acalorada y efusiva, pero cuando tenemos la rampa delante, la cosas suelen ser diferentes, y las alternativas son otras. Por tanto, las decisiones de montaña, en montaña.
Se me puede llamar de todo, y con olimpismo lo aceptaré pero para mí la montaña pide más cobardía que valor. Si de antemano sé que lo que viene es peligroso, difícilmente me expondré, por descontado. Y es que prefiero lo difícil a lo peligroso, lo complicado a lo arriesgado, porque además de vivirlo, luego me gusta contarlo, no que lo cuenten por mí.
Hace meses que cae nieve en Sierra Nevada. En medio, ha habido varios periodos mantenidos de cambio en las temperaturas, por lo que como todo el mundo sabe, eso supone que se vayan creando placas o estratos de diferentes calidades de nieve. Si bien llevamos un par de semanas en las que las temperaturas han sido muy bajas, y se han sucedido las precipitaciones, el periodo anterior fue mucho más suave y el mercurio no bajo de cero ni en las cotas superiores, por lo que si la nieve mas reciente tiene una textura y un grado de humedad bajo, la placa que está por debajo es totalmente diferente, por lo que una y otra no se comportarán de igual manera. Ni que decir tiene que si las noches que a helado, se ha formado una costra de hielo, la siguiente nieve caída se habrá depositado sobre este verglás, ocultándolo, y haciendo que la última capa flote sobre la anterior. Estas palas estratificadas, son las ideales para que los propios montañeros provoquen un alud, mas aun si son zonas venteadas.
La inclinación de la pendiente es importante. El mayor riesgo siempre está en aquellas laderas de entre 30º y 45º, pero no hay que descartar el peligro ni por encima ni por debajo. De igual forma, las laderas con forma convexa tendrán siempre más riesgo.
Por ello, antes de afrontar un ascensión de estas características, es necesario leer la montaña e interpretarla: los restos de otros aludes; un manto que cruje bajo los crampones; la resonancia de las pisadas; bolas de nieve que caen a nuestro paso; formación de cornisas, y en definitiva el aspecto que nos dé al observarla. Escoger los extremos de las pendientes como línea de desplazamiento, evitar los puntos de tensión y las líneas de posibles fracturas de la placa, así como exponernos el menor tiempo posible a las zonas más arriesgadas, son conceptos que hemos de asumir antes de comenzar la escalada. En zona de aludes, seguir una huella jamás debe significar un estado de tranquilidad y confianza, así que cada uno debe saber leer las señales y actuar en consecuencia, pues nuestra propia seguridad es muy importante.

Dando por sentado estas premisas y que elegiremos siempre la ruta menos comprometida, se hace indispensable hablar de otro aspecto fundamental en este tipo de ascensiones: el aseguramiento. Como no me quiero ir por las ramas y hoy no se trata de soltar el rollo filosófico-afectivo de la montaña, me limitaré a decir que este tipo de palas con fuertes inclinaciones y largos tramos de exposición, se hace inevitable el uso de una cuerda de aseguramiento por cada cordada. Ya sé que es más lento, que la cuerda pesa, y que el arnés y los hierros son un engorro…todo lo que se quiera. Pero en una pala de doscientos metros, no ir asegurado implica que un enganchón durante el cramponeo suponga unos cuantos huesos rotos sino más. Y como ya se lo buenos que somos todos con los crampones, lo único que os pido es que le echéis un vistazo a vuestras viejas polainas y que luego decidáis lo que os dé la gana. La cuerda no hace falta, hasta que hace falta, luego ya da igual…no lo vamos a contar. El casco, el arnés, los hierros, el piolet y la cuerda no son una opción, son OBLIGATORIOS.

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