miércoles, 12 de enero de 2011

Maurize Herzog, ¿el héroe?

Acabo de terminar de leer Annapurna Primer Ochomil, epopeya que narra la gran aventura vivida por un grupo de intrépidos franceses en el Himalaya, y que supuso la primera conquista hecha por el hombre de una de las catorce montañas más elevadas del planeta. Este libro, durante decadas fue algo así como la Biblia del alpinismo europeo, pues sin duda se trató de la mayor gesta hasta la fecha conseguida, y desde el punto de vista mediatico, fue todo un espaldarazo a un pais que hasta hacía pocos años solo habia podido tratar de sobrevivir ante la invasión Nazi y las terribles y devastadoras consecuencias de las 2ª Gran Guerra.

El libro es sin duda apasionante, y da fe de que aunque a veces la casualidad hace que las cosas vayan bien, cuando concienzudamente se reunen los mejores alpinistas y los mejores medios, las posibilidades de exito se incrementan exponencialmente. Ese es el caso de esta conquista, en la que el mejor grupo de alpinistas que ha dado Francia, se juntó en la misma generación y colaboraron en equipo para tal empresa. El éxito fue icontestable: primera conquista del Annapurna- primer ochomil.

En realidad, desde el punto de vista técnico, no me parece que el libro revele grandes soluciones en la montaña. Hay que tener en cuenta que los franceses contaron con una tecnología diez años avanzada con respecto a su época, y que el autor Maurize Herzog, no se entretiene tanto en detallar pasajes de dificultad así como en describir su gestión de la logística y las distribuciones del trabajo. Esto, como humildde lector la verdad es que me interesa poco, pues al final, con mayores o menores diferencias, todas aquellas expediciones eran grandes empresas militares; asediar hasta la victoria. No obstante, sería muy peregrino no reconocer lo que desde toda perspectiva constituye la segunda gran proeza de la expedición: la aproximación y la retirada. Cómo me gustaría poder preguntarle a Rebuffat, a Terray, Oudot, Lachenal, Schatz, o al mismo Herzog qué les pareció más duro: la interminable secuencia de subidas y bajadas de la montaña hasta culminar la ascensión con la victoria sobre la cumbre, o las cinco semanas de retirada por un terreno inhóspito bajo los zarpazos del Monzón y el sufrimiento de las congelaciones, los insoportables tratamientos y el dolor de las amputaciones. Es que acaso las semanas de aproximación no fueron en si mismas toda una aventura? Sin mapas de la zona, sin conocimientos previos de las montañas; sin saber cuál era la mejor eleccion, Daulaghiri o Annapurna... Respuesta difícil supongo, pero lo que no cabe duda es que se trata de una hazaña en toda regla y que su relevancia está más allá de gustos literarios, pues forma parte de la épica, de la verdadera historia del Alpinismo.


Para todos ello, aquella aventura supuso un antes y un después en sus vidas. Herzog aun vive, no así Rebuffat, Terray o Lachenal. La suya no fue una retirada convencional de la montaña, sino una huida en toda regla, y solo gracias a la fortaleza de unos y al aguante de otros, pudieron regresar a su patria, eso si, algunos en unas condiciones que ya perdurarían para toda la vida. Herzog perdió todos los dedos de las manos y pies (de hecho el libro no lo escribió, sino que lo dictó durante su estancia en el hospital), y desde tan joven ya supo que la alegre vida de las cimas se había acabado para él. Mentalizarse para eso debío de ser muy duro, pero afrontar la nueva vida en tales circunstancias de merma física, debío ser mucho peor. Aun así, gracias a su brillantez y clarividencia, los políticos de la República pronto aprovecharon sus cualidades de gestión, y uno tras otro acomemetió diversos puestos de relevancia llegando a ser Ministro de Deportes durante el gobierno del General De Gaulle.

Una vez he dada toda esta cera al amigo Herzog, diré que a mi este tío no me acaba de gustar. Veamos, como es lógico mi juicio es absolutamente condicionado a lo que leo, y en ningún caso pretendo con ello dar a entender que me internado en su personalidad. Nada más lejos. Pero todo el que escribe de alguna manera se vacía, y más tarde o más temprano, salen a la superficie sentimientos profundos que revelan la auténtica personalidad. Digo que no me acaba de gustar, y me refiero a que Herzog es un jefe de expedición que a mi entender, antepuso su ambición personal a todo lo demás, y aunque hoy en día aun recuerda con cariño y agradecimiento a sus compañeros "salvadores", lo cierto es que los que verdaderamente fueron el alma y soporte de la cumbre no llegaron a subir, y el tuvo mucho que ver en ello. Terray y Rebuffat, Rebuffat y Terray son a mi entender los mejores exponentes del verdadero montañero. Solo por ellos y gracias a ellos, Lachenal y Herzog conservaron sus vidas: por su esfuerzo, por su sacrificio y por anteponer la vida de los otros a los intereses personales. Porque si había alguien en condiciones de hacer cumbre con éxito y sin tanto peligro de congelaciones ese era Terray, pues era el más fuerte del grupo, y además estaba más descansado. Lachenal y Herzog hacen cumbre porque se entregan a ella. La imagen de la cumbre les ciega los sentidos y esa arista cimera les hace subir y subir cuando ya estaban en condiciones precarias y aparecían los primeros indicios de congelaciones. Hay un pasaje terrible en el que Lachenal, que ya sabe que sus pies están congelados, manifiesta claramente sus dudas sobre continuar o no la ascensión, y llega a preguntarle a Herzog que decisión tomaría en el caso de que él se diera la vuelta. La respuesta de Herzog es definitiva: Si tu te vuelves, yo sigo-a lo que Biscante (Lachenal) respondió- entonces yo te sigo. A mi me parece que esto lo resume todo. Herzog, en esa situación no contempla otra cosa que no sea su victoria en la montaña. A esa altitud, en esa agonía del esfuerzo, en un entorno de hipoxia y descontrol, desde luego que no debe ser fácil, y no lo es tomar una decisión coherente, pero si en ese momento hubiera decidido descender, existe la posibilidad de que la cordada Rebuffat-Terray hubiera hecho cumbre, y lo más importante, que ninguno de los dos hubiera padecido el calvario de las congelaciones y las irreversibles y traumáticas consecuencias que de por vida tuvieron.

Y quién soy yo para poner en tela de juicio una decisión tomada a más de ocho mil metros hace más de cincuenta años? pues nadie, está claro, pero es que resulta que Terray está muerto, Rebuffatt está muerto y Lachenal también está muerto, y mientras, hoy en día Herzog sigue dando entrevistas en Desnivel como el héroe del Annapurna, y la verdad es que me toca un poco los cojones. Se que no soy imparcial; desde que escribo este Blog, no puedo evitar mencionar a Terray y Rebuffat cada dos por tres. No es solo porque sus proezas alpinisticas me parecen incomparables, también porque al escribir, con ellos la montaña cobra un sentido filosófico superior, más allá del estrictamente deportivo, humanizándola y naturalizándola hasta formar parte de ellos mismos. Son pescadores en una mar a la que respetan, quieren y temen, sin tratar de invadirla.

Por ello una vez más, yo, un "manolo" cualquiera declaro mi admiración por este par de "franchutes", que cada vez me apasionan más. Por lo que hicieron, por como lo hicieron y sobre todo por como lo contaron. Todo aquel que se haya manchado alguna vez las botas de barro en el monte y no le haya importado, debería leer alguno de los libros que estos dos escribieron. Puedo asegurar que sentirán lo mismo que yo.

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