miércoles, 19 de enero de 2011

La Tabla Rasa.

La Tabla Rasa.

Si uno se pone a pensar en la cantidad de cosas que cada día vive, fácilmente se llega ala conclusión de que al caminar por la calle, al subir al bus, al bajar las escaleras de casa o pedirse una cerveza con tapa en el bar son situaciones en las que jamás se ha sentido inseguro o incomodo, todo lo más aburrido, pues muchas de estas actividades cotidianas, por ser precisamente eso, dejan de poseer interés y se convierten en meros gestos rutinarios carentes de precisión o de placer. La vida es eso, rutinas y rutinas, y después más rutinas, y solo de vez en cuando, un lago en mitad del desierto en el que podemos saciar la sed y sentir cierta felicidad. En mi caso llevo años trabajando en un modelo empresarial en el que siempre he tenido como fin último la consecución de objetivos cuantificables y la consecuente compensación económica por los mismos, en mayor o menor medida, con mayor o menor merecimiento, con verdad y a veces sin ella.

Me pregunto cómo se las apañan aquellas personas sin ilusiones. Y no es una pregunta con fácil respuesta, por lo menos para mí, pues dada la situación, y sin que sirva de precedente, he estado varios días en los que sin ninguna duda, he carecido de objetivos a los que llegar, o ilusiones que satisfacer. No ha sido una valoración “justa” y lo sé, pues inmerso en un proceso tan poco agradable, no se deben plantear grandes premisas, pero lo que sí es cierto es que cuanto más jodido está uno, más difícil se hace proponerse cosas, y por el contrario, aquello que antes carecía de valor por rutinario, se convierte en travesía antártica por momentos. ¡Joder lo que cuesta ponerse unos pantalones! ¡Y dormir, y levantarse, y estar sentado, hasta cagar coño! Todo es lento y difícil; torpeza suprema; malestar general; cabreo constante.

El hospital es un lugar siempre desagradable, tanto para el paciente como para el acompañante es un territorio hostil en el que todo alrededor son miserias y sufrimientos y cuantas más horas pasan, los olores y los sabores se van incrustando en el organismo hasta formar casi un todo, del cual luego se necesita mucho gel de ducha y mucha comida casera para deshacerse de ellos. Pasa un día y otro día, y la rutina se hace cada vez más agobiante y hasta las visitas más deseadas y mejor intencionadas se convierten en una pesada prueba de fondo de la que sin más remedio siempre se acaba deshecho. La habitación es desagradable de por sí; la austeridad del mobiliario toma matices de peli de terror de serie B, y hasta la cama que en principio fue diseñada para albergar durante horas y horas a los pacientes sin que estos sufran por ella, se convierte en un lecho más incomodo que un vivac en plena tormenta, pues mientras que este siempre acarrea la esperanza de la calma en el amanecer, para aquel no hay amanecer que sirva de mejoría, pues la mañana no es ni más ni menos que la continuación de las incomodidades, solo que con luz.

Los días pasan como en un gran hermano forzoso, en el que al principio, sin ser consciente, juegas a la ruleta de la fortuna: ¿Cómo serán los compañeros? A los no iniciados les puede parecer una trivialidad, pero solo de eso depende en buena parte tu estado de ánimo y por consiguiente tu mejoría. Un abuelo moribundo puede convertirse en una pesadilla de 24 horas, así que aquí la suerte es definitiva. En mi caso la tuve, y para siempre guardaré un buen recuerdo y mi gratitud a Dalius, Pepe y a Julien, que tantas horas han aguantado mi sufrimiento y mis pesares, y de los que siempre he recibido una palabra de ánimo y de consuelo, además de comprensión.

Allí estas indefenso y te sientes vulnerable ante todo. Que tu compañero de habitación coja una infección puede convertirse en un drama, y lo mismo a la inversa. No somos conscientes de la importancia de los cuidados que recibimos hasta que dependemos de ellos, y qué diferentes se ven las cosas cuando la enfermera de turno es una u otra, pues si en la primera depositas toda tu confianza y recibes con agrado sus cuidados, de la segunda solo tienes recelo y desconfianza y rezas para que en ese turno no te pasa nada fuera del guión establecido. Y lo mismo para los auxiliares, capaces de convertir un simple aseo en algo agradable o por el contrario desencadenar una oleada de sufrimientos que acaban con tu dignidad y con tu razón.

Y luego está el dolor. El dolor es algo curioso. Crees que lo conoces, pero no es verdad. ¿Cuántas veces me he dado porrazos? ¿Cuántas veces me he caído de la bici, corriendo, esquiando? ¿Cuántas veces me he lesionado? La rodilla izquierda cinco veces (4 cirugías); una vez la derecha (Ligamento LI); ambos tobillos; el hombro derecho (fractura de troquiter), la espalda (L4-L5/L5-S1) 1Cirugía), y dos costillas. Todas llevan acarreado el dolor, y sin embargo, no lo conocía, hasta ahora. El día que me caí lo supe en el primer segundo. Era diferente, más intenso de lo que nunca había probado, y por primera vez, y desgraciadamente no última, fui incapaz de dominarlo y dominarme. Se acabó la valentía. Los que somos padres siempre decimos que solo tenemos miedo por nuestros hijos, que lo demás da igual, pero yo os aseguro que la otra tarde experimente un pavor completamente personal, y además del dolor insoportable, tampoco podía dominar un miedo terrible por lo que me había pasado. No creo que en ese momento hubiera un ser más cobarde que yo en kilómetros a la redonda. Me gustaría decir que ahí quedo todo, y que tras llegar al hospital todo se controló. No fue así. Las siguientes treinta y seis horas a mi reconstrucción de rótula han sido sin duda las peores de mi vida, y como el olor a amoniaco que se te queda en las manos después de fregar y que no te quitas ni con agua caliente, los inconexos y parciales recuerdos de esas horas no consigo quitármelos de la cabeza y aun hoy cada vez que cierro los ojos llegan a mi generando una ansiedad que hasta ahora jamás había conocido. Creedme si os digo que gracias a Dios no me acuerdo de casi nada, y que entre otras cosas no se bien quien estuvo a mi lado en esos momentos, por lo que de lo que pude hacer o decir no tengo recato en asumirlo pues no considero que fuera yo el que se expresara o actuara, sino el dolor insoportable. Mi madre me dice que nunca me había visto así, y que igual que la mayor parte del tiempo los efectos de la morfina hacías ininteligibles y descoordinadas mis palabras, también solté algún que otro leñazo verbal. Puede ser, pero…ya nada puedo hacer.

Hoy estoy mejor que ayer, y por consiguiente, mañana ocurrirá lo mismo, y así sucesivamente. Esto se llama mejorar: evolución satisfactoria. Las molestias poco a poco desaparecerán, y el estado de ánimo volverá a ser el que era. Sin embargo, esta vez ha pasado algo diferente en mi cabeza. Me he pasado todas las convalecencias de mi vida con la ilusión de volver cuanto antes a la actividad "no-normal", dando por sentado que la rutina estaba de por si conseguida y que desde ese punto me podía considerar con derecho a obviar los quehaceres diarios como objetivo. A los tres días de que me operaran de la espalda ya pensaba en correr mientras andaba tres horas diarias por la Fuente de la Bicha; a los pocos días de romperme el hombro esquiaba sin bastones; seis días después de los cruzados se me podía ver de cervezas por Alhamar, o haciendo gimnasia en casa de mi madre con la férula puesta… Sin embargo, esta vez no es así. Las sensaciones son distintas, y por ahora, tengo la impresión de que han de pasar varias semanas antes de recuperar el espíritu que siempre me ha movido a aguantar un poco más. Sobreponerse es una obligación, y por ello escribo hoy estas líneas, pues aunque hace años que no pueda hacerlo, ante todo y por encima de todo soy corredor, y si hay que sufrir, considero que me he batido el cobre lo suficiente como para haber demostrado que puedo hacerlo como el que más, pues si bien jamás he ganado nada, no admitiré nunca que mi carrera haya sido menos dura que la del vencedor, pues cada uno contamos con bases y planteamientos diferentes.

Esto acaba de empezar, y los tornillos y los alambres que ahora soportan y dan forma a mi rótula, también son la tabla rasa que he de hacer a mis pretensiones y a mis esperanzas. Como siempre, la lesión pondrá los límites y no seré yo el que me deje aturdir por pronósticos agoreros, y premisas preconcebidas. Rebuffat decía que al observar a un niño trepando a un árbol, el veía alpinismo. ¿Acaso levantarme del sofá e ir hasta el cuarto de baño no es sin duda una travesía? Poco a poco.

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