Menuda mierda de noticias: pensiones que se rebajan; años de cotización que se incrementan; familias desahuciadas; aumento del paro; impuestos que suben sin parar; corrupción de los políticos; fracaso escolar generalizado, y además de todo esto, el “hijodelagrandisimaputa” del Cuco.
De verdad que este asunto me tiene absolutamente descorazonado. No puedo llegar a comprender como ese niñato y sus compinches han sido y son capaces de poner en jaque a todo el sistema policial y judicial. ¿Cómo es posible que esto ocurra? Pues muy fácil, en España no hay miedo. Es así. Estamos rodeados de criminales que campan a sus anchas sin temor a las repercusiones pues esta mierda de sistema ultra-proteccionista en el que vivimos, asegura que nada les va a ocurrir, y que todo lo más se llevaran un tiempecito a la sombra y ¡hasta luego Lucas!. Ya lo creo que estar bajo esa sombra tiene que ser jodido, pero entre eso, que en la mayoría de los casos no se cumple por ausencia de antecedentes o por sentencias cobardes, y nada, hay poca diferencia. Y mientras tanto, el españolito de turno acojonado porque si antes del día cinco de cada mes no ha pagado su hipoteca lo mismo se le presenta una notificación del juzgado invitándole al abandono de la vivienda. Sé que va a sonar mal, y que algunos me llamaran de todo, pero si a estos tres pájaros, la noche que les detienen, les meten en el cuartelillo y les sueltan cinco pares de hostias antes de preguntar nada, os aseguro que los pobres padres de Marta haría meses que habrían podido hacerle el duelo a su hija. Sin eso, lo único que se ha conseguido es que una y otra vez mientan por estrategia, y puesto que sin cadáver no hay asesinato, el castigo que vayan a sufrir sea mucho menor del que debiera.
Hoy, cuando en visto en las noticias al padre de Marta fumándose un cigarro en la puerta de los juzgados y a su lado, el abogado defensor del Cuco haciendo lo mismo, no he sabido que pensar. Ese padre ya no es ni será una persona normal, y con toda seguridad la vida que le queda será un peregrinar hacia la muerte por el que transitará sin sabores y sin olores, pues nada puede haber peor en la vida que la pérdida de un hijo. ¿Pero el abogado? Hace su trabajo, y como buen profesional, solo vela porque su defendido tenga un juicio justo, con garantías, y todo ese rollo. Pero pasa una cosa, y es que nuestro sistema legal hay juicios que se ganan porque la verdad está al lado de uno u otro, y otros se ganan por defectos de procedimiento (gracias Fernando). Esto no será un defecto de procedimiento, pero si es un defecto del sistema que un acusado pueda mentir una y otra vez y que su abogado le anime a ello con el fin de que no haya manera de encontrar el puñetero cadáver de esa pobre niña.
Qué difícil debe ser vivir hoy en día la adolescencia. Y no me refiero a casos como el de este individuo que habría que sacarle las entrañas y hacérselas comer. No, me refiero a la juventud en general que abarrota los institutos y que aunque sea de lejos perciben los problemas generales de la sociedad. Niños y niñas que, gracias a la incompetente Ley de la Educación actual, acuden a su cita con el instituto mucho antes de los que nosotros lo hicimos y que se enfrentan a un entorno hostil en el que difícilmente se pueden valer por sí mismos y que lo más seguro siempre es aliarse con un grupo protector ya seas para bien o para mal. Las niñas dejan enseguida de serlo, y como por arte de magia comienzan a vestir y a comportarse de una manera absolutamente desvirtuada con el solo pretexto de parecer más mujer. Los niños, más cortos que las niñas en general, también abdican de su niñez antes de tiempo y más pronto que tarde inician una desmesurada carrera por ser el que primero empieza a ponerse piercings, a fumar porros o a pasearse por la vida como auténticos delincuentes. Si los ejemplos son Lady GaGa y Cristiano Ronaldo, ¿qué vamos a pedir vedad?, y luego pasa lo que pasa: fracaso escolar generalizado, los alumnos peor formados de España y Europa.
Presente tristísimo y provenir defectuoso, y nos les faltan motivos para ser pesimistas. Los jóvenes de hoy miran al futuro y solo ven el fracaso de la sociedad que sus padres han creado y de la que todos y cada uno de los que formamos parte de ella somos cómplices de la derrota de las nuevas generaciones. La vida es dura y cuanto antes se aprenda ese axioma, mejor para todos. Los niños deben asumir los problemas de sus progenitores como propios, pero jamás deben tener que tomar parte en ellos, pues a esa edad aun no se está preparado para asumir esa responsabilidad. Pero si deberíamos hacer otra cosa, y que más que positiva, a mí entender es necesaria: tener un proyecto.
Como es lógico no me refiero a un proyecto vital. En absoluto, no van por ahí los tiros. Me refiero a un proyecto juvenil que sirva de objetivo por el que luchar y enfrentarse a las dificultades cotidianas. Harto estoy de ver adolescentes que pasan sus años de instituto de las clases a su casa. El que es un poco más dinámico lo mismo va a jugar a fútbol-sala dos días en semana, pero en general, lo único por lo que tienen afición de verdad es por la X-Box o reunirse en frente del Burguer King los viernes y sábados por la tarde-noche. Vaya planazo.
Hay que proponer algo serio a medio plazo, algo que se salte el guión establecido, que no sea genérico sino individualizado, y por lo que hasta el más “horchata de los horchata” se pase unas cuantas noches sin pegar ojo. No vale de nada lo superfluo, pues los chavales de hoy ya lo tienen todo, están hartos de Play Station, de Wii, de PSP, de DS, de Ipod, de Ipad y de Iphones. Acostumbrados al soborno como política de afecto: cacharros por tiempo, tecnología por cariño, y mientras-mi viejo que es un coñazo y mi madre cada día más pesada no me dejan en paz. Estamos buenos. Que cada palo aguante su vela, pero ya estoy en ello, y no solo espero motivar a mis dos hijos con su proyecto personal de juventud, sino que espero que también sea parte de mi existencia y mis ganas de vivir.
No hay justicia, ya me lo habéis oído decir alguna vez, y cada día estoy más convencido, pero espero que a esos tres les pase algo malo. Que pasen miedo, que sufran, que lloren y que griten, y que después de suplicar que se acabe el dolor, se queden tan tocados de la cabeza que se pasen el resto de sus miserables vidas meándose y cagándose en los pantalones, comiendo papillas, hasta las trancas de anti-psicóticos, y amargándole la vida a los irresponsables de sus padres, pues de ellos también es parte de la culpa.
PD. Perdón a todos por lo soez del lenguaje, pero para estos miserables no me sale otra cosa.
viernes, 28 de enero de 2011
miércoles, 19 de enero de 2011
La Tabla Rasa.
La Tabla Rasa.
Si uno se pone a pensar en la cantidad de cosas que cada día vive, fácilmente se llega ala conclusión de que al caminar por la calle, al subir al bus, al bajar las escaleras de casa o pedirse una cerveza con tapa en el bar son situaciones en las que jamás se ha sentido inseguro o incomodo, todo lo más aburrido, pues muchas de estas actividades cotidianas, por ser precisamente eso, dejan de poseer interés y se convierten en meros gestos rutinarios carentes de precisión o de placer. La vida es eso, rutinas y rutinas, y después más rutinas, y solo de vez en cuando, un lago en mitad del desierto en el que podemos saciar la sed y sentir cierta felicidad. En mi caso llevo años trabajando en un modelo empresarial en el que siempre he tenido como fin último la consecución de objetivos cuantificables y la consecuente compensación económica por los mismos, en mayor o menor medida, con mayor o menor merecimiento, con verdad y a veces sin ella.
Me pregunto cómo se las apañan aquellas personas sin ilusiones. Y no es una pregunta con fácil respuesta, por lo menos para mí, pues dada la situación, y sin que sirva de precedente, he estado varios días en los que sin ninguna duda, he carecido de objetivos a los que llegar, o ilusiones que satisfacer. No ha sido una valoración “justa” y lo sé, pues inmerso en un proceso tan poco agradable, no se deben plantear grandes premisas, pero lo que sí es cierto es que cuanto más jodido está uno, más difícil se hace proponerse cosas, y por el contrario, aquello que antes carecía de valor por rutinario, se convierte en travesía antártica por momentos. ¡Joder lo que cuesta ponerse unos pantalones! ¡Y dormir, y levantarse, y estar sentado, hasta cagar coño! Todo es lento y difícil; torpeza suprema; malestar general; cabreo constante.
El hospital es un lugar siempre desagradable, tanto para el paciente como para el acompañante es un territorio hostil en el que todo alrededor son miserias y sufrimientos y cuantas más horas pasan, los olores y los sabores se van incrustando en el organismo hasta formar casi un todo, del cual luego se necesita mucho gel de ducha y mucha comida casera para deshacerse de ellos. Pasa un día y otro día, y la rutina se hace cada vez más agobiante y hasta las visitas más deseadas y mejor intencionadas se convierten en una pesada prueba de fondo de la que sin más remedio siempre se acaba deshecho. La habitación es desagradable de por sí; la austeridad del mobiliario toma matices de peli de terror de serie B, y hasta la cama que en principio fue diseñada para albergar durante horas y horas a los pacientes sin que estos sufran por ella, se convierte en un lecho más incomodo que un vivac en plena tormenta, pues mientras que este siempre acarrea la esperanza de la calma en el amanecer, para aquel no hay amanecer que sirva de mejoría, pues la mañana no es ni más ni menos que la continuación de las incomodidades, solo que con luz.
Los días pasan como en un gran hermano forzoso, en el que al principio, sin ser consciente, juegas a la ruleta de la fortuna: ¿Cómo serán los compañeros? A los no iniciados les puede parecer una trivialidad, pero solo de eso depende en buena parte tu estado de ánimo y por consiguiente tu mejoría. Un abuelo moribundo puede convertirse en una pesadilla de 24 horas, así que aquí la suerte es definitiva. En mi caso la tuve, y para siempre guardaré un buen recuerdo y mi gratitud a Dalius, Pepe y a Julien, que tantas horas han aguantado mi sufrimiento y mis pesares, y de los que siempre he recibido una palabra de ánimo y de consuelo, además de comprensión.
Allí estas indefenso y te sientes vulnerable ante todo. Que tu compañero de habitación coja una infección puede convertirse en un drama, y lo mismo a la inversa. No somos conscientes de la importancia de los cuidados que recibimos hasta que dependemos de ellos, y qué diferentes se ven las cosas cuando la enfermera de turno es una u otra, pues si en la primera depositas toda tu confianza y recibes con agrado sus cuidados, de la segunda solo tienes recelo y desconfianza y rezas para que en ese turno no te pasa nada fuera del guión establecido. Y lo mismo para los auxiliares, capaces de convertir un simple aseo en algo agradable o por el contrario desencadenar una oleada de sufrimientos que acaban con tu dignidad y con tu razón.
Y luego está el dolor. El dolor es algo curioso. Crees que lo conoces, pero no es verdad. ¿Cuántas veces me he dado porrazos? ¿Cuántas veces me he caído de la bici, corriendo, esquiando? ¿Cuántas veces me he lesionado? La rodilla izquierda cinco veces (4 cirugías); una vez la derecha (Ligamento LI); ambos tobillos; el hombro derecho (fractura de troquiter), la espalda (L4-L5/L5-S1) 1Cirugía), y dos costillas. Todas llevan acarreado el dolor, y sin embargo, no lo conocía, hasta ahora. El día que me caí lo supe en el primer segundo. Era diferente, más intenso de lo que nunca había probado, y por primera vez, y desgraciadamente no última, fui incapaz de dominarlo y dominarme. Se acabó la valentía. Los que somos padres siempre decimos que solo tenemos miedo por nuestros hijos, que lo demás da igual, pero yo os aseguro que la otra tarde experimente un pavor completamente personal, y además del dolor insoportable, tampoco podía dominar un miedo terrible por lo que me había pasado. No creo que en ese momento hubiera un ser más cobarde que yo en kilómetros a la redonda. Me gustaría decir que ahí quedo todo, y que tras llegar al hospital todo se controló. No fue así. Las siguientes treinta y seis horas a mi reconstrucción de rótula han sido sin duda las peores de mi vida, y como el olor a amoniaco que se te queda en las manos después de fregar y que no te quitas ni con agua caliente, los inconexos y parciales recuerdos de esas horas no consigo quitármelos de la cabeza y aun hoy cada vez que cierro los ojos llegan a mi generando una ansiedad que hasta ahora jamás había conocido. Creedme si os digo que gracias a Dios no me acuerdo de casi nada, y que entre otras cosas no se bien quien estuvo a mi lado en esos momentos, por lo que de lo que pude hacer o decir no tengo recato en asumirlo pues no considero que fuera yo el que se expresara o actuara, sino el dolor insoportable. Mi madre me dice que nunca me había visto así, y que igual que la mayor parte del tiempo los efectos de la morfina hacías ininteligibles y descoordinadas mis palabras, también solté algún que otro leñazo verbal. Puede ser, pero…ya nada puedo hacer.
Hoy estoy mejor que ayer, y por consiguiente, mañana ocurrirá lo mismo, y así sucesivamente. Esto se llama mejorar: evolución satisfactoria. Las molestias poco a poco desaparecerán, y el estado de ánimo volverá a ser el que era. Sin embargo, esta vez ha pasado algo diferente en mi cabeza. Me he pasado todas las convalecencias de mi vida con la ilusión de volver cuanto antes a la actividad "no-normal", dando por sentado que la rutina estaba de por si conseguida y que desde ese punto me podía considerar con derecho a obviar los quehaceres diarios como objetivo. A los tres días de que me operaran de la espalda ya pensaba en correr mientras andaba tres horas diarias por la Fuente de la Bicha; a los pocos días de romperme el hombro esquiaba sin bastones; seis días después de los cruzados se me podía ver de cervezas por Alhamar, o haciendo gimnasia en casa de mi madre con la férula puesta… Sin embargo, esta vez no es así. Las sensaciones son distintas, y por ahora, tengo la impresión de que han de pasar varias semanas antes de recuperar el espíritu que siempre me ha movido a aguantar un poco más. Sobreponerse es una obligación, y por ello escribo hoy estas líneas, pues aunque hace años que no pueda hacerlo, ante todo y por encima de todo soy corredor, y si hay que sufrir, considero que me he batido el cobre lo suficiente como para haber demostrado que puedo hacerlo como el que más, pues si bien jamás he ganado nada, no admitiré nunca que mi carrera haya sido menos dura que la del vencedor, pues cada uno contamos con bases y planteamientos diferentes.
Esto acaba de empezar, y los tornillos y los alambres que ahora soportan y dan forma a mi rótula, también son la tabla rasa que he de hacer a mis pretensiones y a mis esperanzas. Como siempre, la lesión pondrá los límites y no seré yo el que me deje aturdir por pronósticos agoreros, y premisas preconcebidas. Rebuffat decía que al observar a un niño trepando a un árbol, el veía alpinismo. ¿Acaso levantarme del sofá e ir hasta el cuarto de baño no es sin duda una travesía? Poco a poco.
Si uno se pone a pensar en la cantidad de cosas que cada día vive, fácilmente se llega ala conclusión de que al caminar por la calle, al subir al bus, al bajar las escaleras de casa o pedirse una cerveza con tapa en el bar son situaciones en las que jamás se ha sentido inseguro o incomodo, todo lo más aburrido, pues muchas de estas actividades cotidianas, por ser precisamente eso, dejan de poseer interés y se convierten en meros gestos rutinarios carentes de precisión o de placer. La vida es eso, rutinas y rutinas, y después más rutinas, y solo de vez en cuando, un lago en mitad del desierto en el que podemos saciar la sed y sentir cierta felicidad. En mi caso llevo años trabajando en un modelo empresarial en el que siempre he tenido como fin último la consecución de objetivos cuantificables y la consecuente compensación económica por los mismos, en mayor o menor medida, con mayor o menor merecimiento, con verdad y a veces sin ella.
Me pregunto cómo se las apañan aquellas personas sin ilusiones. Y no es una pregunta con fácil respuesta, por lo menos para mí, pues dada la situación, y sin que sirva de precedente, he estado varios días en los que sin ninguna duda, he carecido de objetivos a los que llegar, o ilusiones que satisfacer. No ha sido una valoración “justa” y lo sé, pues inmerso en un proceso tan poco agradable, no se deben plantear grandes premisas, pero lo que sí es cierto es que cuanto más jodido está uno, más difícil se hace proponerse cosas, y por el contrario, aquello que antes carecía de valor por rutinario, se convierte en travesía antártica por momentos. ¡Joder lo que cuesta ponerse unos pantalones! ¡Y dormir, y levantarse, y estar sentado, hasta cagar coño! Todo es lento y difícil; torpeza suprema; malestar general; cabreo constante.
El hospital es un lugar siempre desagradable, tanto para el paciente como para el acompañante es un territorio hostil en el que todo alrededor son miserias y sufrimientos y cuantas más horas pasan, los olores y los sabores se van incrustando en el organismo hasta formar casi un todo, del cual luego se necesita mucho gel de ducha y mucha comida casera para deshacerse de ellos. Pasa un día y otro día, y la rutina se hace cada vez más agobiante y hasta las visitas más deseadas y mejor intencionadas se convierten en una pesada prueba de fondo de la que sin más remedio siempre se acaba deshecho. La habitación es desagradable de por sí; la austeridad del mobiliario toma matices de peli de terror de serie B, y hasta la cama que en principio fue diseñada para albergar durante horas y horas a los pacientes sin que estos sufran por ella, se convierte en un lecho más incomodo que un vivac en plena tormenta, pues mientras que este siempre acarrea la esperanza de la calma en el amanecer, para aquel no hay amanecer que sirva de mejoría, pues la mañana no es ni más ni menos que la continuación de las incomodidades, solo que con luz.
Los días pasan como en un gran hermano forzoso, en el que al principio, sin ser consciente, juegas a la ruleta de la fortuna: ¿Cómo serán los compañeros? A los no iniciados les puede parecer una trivialidad, pero solo de eso depende en buena parte tu estado de ánimo y por consiguiente tu mejoría. Un abuelo moribundo puede convertirse en una pesadilla de 24 horas, así que aquí la suerte es definitiva. En mi caso la tuve, y para siempre guardaré un buen recuerdo y mi gratitud a Dalius, Pepe y a Julien, que tantas horas han aguantado mi sufrimiento y mis pesares, y de los que siempre he recibido una palabra de ánimo y de consuelo, además de comprensión.
Allí estas indefenso y te sientes vulnerable ante todo. Que tu compañero de habitación coja una infección puede convertirse en un drama, y lo mismo a la inversa. No somos conscientes de la importancia de los cuidados que recibimos hasta que dependemos de ellos, y qué diferentes se ven las cosas cuando la enfermera de turno es una u otra, pues si en la primera depositas toda tu confianza y recibes con agrado sus cuidados, de la segunda solo tienes recelo y desconfianza y rezas para que en ese turno no te pasa nada fuera del guión establecido. Y lo mismo para los auxiliares, capaces de convertir un simple aseo en algo agradable o por el contrario desencadenar una oleada de sufrimientos que acaban con tu dignidad y con tu razón.
Y luego está el dolor. El dolor es algo curioso. Crees que lo conoces, pero no es verdad. ¿Cuántas veces me he dado porrazos? ¿Cuántas veces me he caído de la bici, corriendo, esquiando? ¿Cuántas veces me he lesionado? La rodilla izquierda cinco veces (4 cirugías); una vez la derecha (Ligamento LI); ambos tobillos; el hombro derecho (fractura de troquiter), la espalda (L4-L5/L5-S1) 1Cirugía), y dos costillas. Todas llevan acarreado el dolor, y sin embargo, no lo conocía, hasta ahora. El día que me caí lo supe en el primer segundo. Era diferente, más intenso de lo que nunca había probado, y por primera vez, y desgraciadamente no última, fui incapaz de dominarlo y dominarme. Se acabó la valentía. Los que somos padres siempre decimos que solo tenemos miedo por nuestros hijos, que lo demás da igual, pero yo os aseguro que la otra tarde experimente un pavor completamente personal, y además del dolor insoportable, tampoco podía dominar un miedo terrible por lo que me había pasado. No creo que en ese momento hubiera un ser más cobarde que yo en kilómetros a la redonda. Me gustaría decir que ahí quedo todo, y que tras llegar al hospital todo se controló. No fue así. Las siguientes treinta y seis horas a mi reconstrucción de rótula han sido sin duda las peores de mi vida, y como el olor a amoniaco que se te queda en las manos después de fregar y que no te quitas ni con agua caliente, los inconexos y parciales recuerdos de esas horas no consigo quitármelos de la cabeza y aun hoy cada vez que cierro los ojos llegan a mi generando una ansiedad que hasta ahora jamás había conocido. Creedme si os digo que gracias a Dios no me acuerdo de casi nada, y que entre otras cosas no se bien quien estuvo a mi lado en esos momentos, por lo que de lo que pude hacer o decir no tengo recato en asumirlo pues no considero que fuera yo el que se expresara o actuara, sino el dolor insoportable. Mi madre me dice que nunca me había visto así, y que igual que la mayor parte del tiempo los efectos de la morfina hacías ininteligibles y descoordinadas mis palabras, también solté algún que otro leñazo verbal. Puede ser, pero…ya nada puedo hacer.
Hoy estoy mejor que ayer, y por consiguiente, mañana ocurrirá lo mismo, y así sucesivamente. Esto se llama mejorar: evolución satisfactoria. Las molestias poco a poco desaparecerán, y el estado de ánimo volverá a ser el que era. Sin embargo, esta vez ha pasado algo diferente en mi cabeza. Me he pasado todas las convalecencias de mi vida con la ilusión de volver cuanto antes a la actividad "no-normal", dando por sentado que la rutina estaba de por si conseguida y que desde ese punto me podía considerar con derecho a obviar los quehaceres diarios como objetivo. A los tres días de que me operaran de la espalda ya pensaba en correr mientras andaba tres horas diarias por la Fuente de la Bicha; a los pocos días de romperme el hombro esquiaba sin bastones; seis días después de los cruzados se me podía ver de cervezas por Alhamar, o haciendo gimnasia en casa de mi madre con la férula puesta… Sin embargo, esta vez no es así. Las sensaciones son distintas, y por ahora, tengo la impresión de que han de pasar varias semanas antes de recuperar el espíritu que siempre me ha movido a aguantar un poco más. Sobreponerse es una obligación, y por ello escribo hoy estas líneas, pues aunque hace años que no pueda hacerlo, ante todo y por encima de todo soy corredor, y si hay que sufrir, considero que me he batido el cobre lo suficiente como para haber demostrado que puedo hacerlo como el que más, pues si bien jamás he ganado nada, no admitiré nunca que mi carrera haya sido menos dura que la del vencedor, pues cada uno contamos con bases y planteamientos diferentes.
Esto acaba de empezar, y los tornillos y los alambres que ahora soportan y dan forma a mi rótula, también son la tabla rasa que he de hacer a mis pretensiones y a mis esperanzas. Como siempre, la lesión pondrá los límites y no seré yo el que me deje aturdir por pronósticos agoreros, y premisas preconcebidas. Rebuffat decía que al observar a un niño trepando a un árbol, el veía alpinismo. ¿Acaso levantarme del sofá e ir hasta el cuarto de baño no es sin duda una travesía? Poco a poco.
miércoles, 12 de enero de 2011
Maurize Herzog, ¿el héroe?
Acabo de terminar de leer Annapurna Primer Ochomil, epopeya que narra la gran aventura vivida por un grupo de intrépidos franceses en el Himalaya, y que supuso la primera conquista hecha por el hombre de una de las catorce montañas más elevadas del planeta. Este libro, durante decadas fue algo así como la Biblia del alpinismo europeo, pues sin duda se trató de la mayor gesta hasta la fecha conseguida, y desde el punto de vista mediatico, fue todo un espaldarazo a un pais que hasta hacía pocos años solo habia podido tratar de sobrevivir ante la invasión Nazi y las terribles y devastadoras consecuencias de las 2ª Gran Guerra.
El libro es sin duda apasionante, y da fe de que aunque a veces la casualidad hace que las cosas vayan bien, cuando concienzudamente se reunen los mejores alpinistas y los mejores medios, las posibilidades de exito se incrementan exponencialmente. Ese es el caso de esta conquista, en la que el mejor grupo de alpinistas que ha dado Francia, se juntó en la misma generación y colaboraron en equipo para tal empresa. El éxito fue icontestable: primera conquista del Annapurna- primer ochomil.
En realidad, desde el punto de vista técnico, no me parece que el libro revele grandes soluciones en la montaña. Hay que tener en cuenta que los franceses contaron con una tecnología diez años avanzada con respecto a su época, y que el autor Maurize Herzog, no se entretiene tanto en detallar pasajes de dificultad así como en describir su gestión de la logística y las distribuciones del trabajo. Esto, como humildde lector la verdad es que me interesa poco, pues al final, con mayores o menores diferencias, todas aquellas expediciones eran grandes empresas militares; asediar hasta la victoria. No obstante, sería muy peregrino no reconocer lo que desde toda perspectiva constituye la segunda gran proeza de la expedición: la aproximación y la retirada. Cómo me gustaría poder preguntarle a Rebuffat, a Terray, Oudot, Lachenal, Schatz, o al mismo Herzog qué les pareció más duro: la interminable secuencia de subidas y bajadas de la montaña hasta culminar la ascensión con la victoria sobre la cumbre, o las cinco semanas de retirada por un terreno inhóspito bajo los zarpazos del Monzón y el sufrimiento de las congelaciones, los insoportables tratamientos y el dolor de las amputaciones. Es que acaso las semanas de aproximación no fueron en si mismas toda una aventura? Sin mapas de la zona, sin conocimientos previos de las montañas; sin saber cuál era la mejor eleccion, Daulaghiri o Annapurna... Respuesta difícil supongo, pero lo que no cabe duda es que se trata de una hazaña en toda regla y que su relevancia está más allá de gustos literarios, pues forma parte de la épica, de la verdadera historia del Alpinismo.
Para todos ello, aquella aventura supuso un antes y un después en sus vidas. Herzog aun vive, no así Rebuffat, Terray o Lachenal. La suya no fue una retirada convencional de la montaña, sino una huida en toda regla, y solo gracias a la fortaleza de unos y al aguante de otros, pudieron regresar a su patria, eso si, algunos en unas condiciones que ya perdurarían para toda la vida. Herzog perdió todos los dedos de las manos y pies (de hecho el libro no lo escribió, sino que lo dictó durante su estancia en el hospital), y desde tan joven ya supo que la alegre vida de las cimas se había acabado para él. Mentalizarse para eso debío de ser muy duro, pero afrontar la nueva vida en tales circunstancias de merma física, debío ser mucho peor. Aun así, gracias a su brillantez y clarividencia, los políticos de la República pronto aprovecharon sus cualidades de gestión, y uno tras otro acomemetió diversos puestos de relevancia llegando a ser Ministro de Deportes durante el gobierno del General De Gaulle.
Una vez he dada toda esta cera al amigo Herzog, diré que a mi este tío no me acaba de gustar. Veamos, como es lógico mi juicio es absolutamente condicionado a lo que leo, y en ningún caso pretendo con ello dar a entender que me internado en su personalidad. Nada más lejos. Pero todo el que escribe de alguna manera se vacía, y más tarde o más temprano, salen a la superficie sentimientos profundos que revelan la auténtica personalidad. Digo que no me acaba de gustar, y me refiero a que Herzog es un jefe de expedición que a mi entender, antepuso su ambición personal a todo lo demás, y aunque hoy en día aun recuerda con cariño y agradecimiento a sus compañeros "salvadores", lo cierto es que los que verdaderamente fueron el alma y soporte de la cumbre no llegaron a subir, y el tuvo mucho que ver en ello. Terray y Rebuffat, Rebuffat y Terray son a mi entender los mejores exponentes del verdadero montañero. Solo por ellos y gracias a ellos, Lachenal y Herzog conservaron sus vidas: por su esfuerzo, por su sacrificio y por anteponer la vida de los otros a los intereses personales. Porque si había alguien en condiciones de hacer cumbre con éxito y sin tanto peligro de congelaciones ese era Terray, pues era el más fuerte del grupo, y además estaba más descansado. Lachenal y Herzog hacen cumbre porque se entregan a ella. La imagen de la cumbre les ciega los sentidos y esa arista cimera les hace subir y subir cuando ya estaban en condiciones precarias y aparecían los primeros indicios de congelaciones. Hay un pasaje terrible en el que Lachenal, que ya sabe que sus pies están congelados, manifiesta claramente sus dudas sobre continuar o no la ascensión, y llega a preguntarle a Herzog que decisión tomaría en el caso de que él se diera la vuelta. La respuesta de Herzog es definitiva: Si tu te vuelves, yo sigo-a lo que Biscante (Lachenal) respondió- entonces yo te sigo. A mi me parece que esto lo resume todo. Herzog, en esa situación no contempla otra cosa que no sea su victoria en la montaña. A esa altitud, en esa agonía del esfuerzo, en un entorno de hipoxia y descontrol, desde luego que no debe ser fácil, y no lo es tomar una decisión coherente, pero si en ese momento hubiera decidido descender, existe la posibilidad de que la cordada Rebuffat-Terray hubiera hecho cumbre, y lo más importante, que ninguno de los dos hubiera padecido el calvario de las congelaciones y las irreversibles y traumáticas consecuencias que de por vida tuvieron.
Y quién soy yo para poner en tela de juicio una decisión tomada a más de ocho mil metros hace más de cincuenta años? pues nadie, está claro, pero es que resulta que Terray está muerto, Rebuffatt está muerto y Lachenal también está muerto, y mientras, hoy en día Herzog sigue dando entrevistas en Desnivel como el héroe del Annapurna, y la verdad es que me toca un poco los cojones. Se que no soy imparcial; desde que escribo este Blog, no puedo evitar mencionar a Terray y Rebuffat cada dos por tres. No es solo porque sus proezas alpinisticas me parecen incomparables, también porque al escribir, con ellos la montaña cobra un sentido filosófico superior, más allá del estrictamente deportivo, humanizándola y naturalizándola hasta formar parte de ellos mismos. Son pescadores en una mar a la que respetan, quieren y temen, sin tratar de invadirla.
Por ello una vez más, yo, un "manolo" cualquiera declaro mi admiración por este par de "franchutes", que cada vez me apasionan más. Por lo que hicieron, por como lo hicieron y sobre todo por como lo contaron. Todo aquel que se haya manchado alguna vez las botas de barro en el monte y no le haya importado, debería leer alguno de los libros que estos dos escribieron. Puedo asegurar que sentirán lo mismo que yo.
El libro es sin duda apasionante, y da fe de que aunque a veces la casualidad hace que las cosas vayan bien, cuando concienzudamente se reunen los mejores alpinistas y los mejores medios, las posibilidades de exito se incrementan exponencialmente. Ese es el caso de esta conquista, en la que el mejor grupo de alpinistas que ha dado Francia, se juntó en la misma generación y colaboraron en equipo para tal empresa. El éxito fue icontestable: primera conquista del Annapurna- primer ochomil.
En realidad, desde el punto de vista técnico, no me parece que el libro revele grandes soluciones en la montaña. Hay que tener en cuenta que los franceses contaron con una tecnología diez años avanzada con respecto a su época, y que el autor Maurize Herzog, no se entretiene tanto en detallar pasajes de dificultad así como en describir su gestión de la logística y las distribuciones del trabajo. Esto, como humildde lector la verdad es que me interesa poco, pues al final, con mayores o menores diferencias, todas aquellas expediciones eran grandes empresas militares; asediar hasta la victoria. No obstante, sería muy peregrino no reconocer lo que desde toda perspectiva constituye la segunda gran proeza de la expedición: la aproximación y la retirada. Cómo me gustaría poder preguntarle a Rebuffat, a Terray, Oudot, Lachenal, Schatz, o al mismo Herzog qué les pareció más duro: la interminable secuencia de subidas y bajadas de la montaña hasta culminar la ascensión con la victoria sobre la cumbre, o las cinco semanas de retirada por un terreno inhóspito bajo los zarpazos del Monzón y el sufrimiento de las congelaciones, los insoportables tratamientos y el dolor de las amputaciones. Es que acaso las semanas de aproximación no fueron en si mismas toda una aventura? Sin mapas de la zona, sin conocimientos previos de las montañas; sin saber cuál era la mejor eleccion, Daulaghiri o Annapurna... Respuesta difícil supongo, pero lo que no cabe duda es que se trata de una hazaña en toda regla y que su relevancia está más allá de gustos literarios, pues forma parte de la épica, de la verdadera historia del Alpinismo.
Para todos ello, aquella aventura supuso un antes y un después en sus vidas. Herzog aun vive, no así Rebuffat, Terray o Lachenal. La suya no fue una retirada convencional de la montaña, sino una huida en toda regla, y solo gracias a la fortaleza de unos y al aguante de otros, pudieron regresar a su patria, eso si, algunos en unas condiciones que ya perdurarían para toda la vida. Herzog perdió todos los dedos de las manos y pies (de hecho el libro no lo escribió, sino que lo dictó durante su estancia en el hospital), y desde tan joven ya supo que la alegre vida de las cimas se había acabado para él. Mentalizarse para eso debío de ser muy duro, pero afrontar la nueva vida en tales circunstancias de merma física, debío ser mucho peor. Aun así, gracias a su brillantez y clarividencia, los políticos de la República pronto aprovecharon sus cualidades de gestión, y uno tras otro acomemetió diversos puestos de relevancia llegando a ser Ministro de Deportes durante el gobierno del General De Gaulle.
Una vez he dada toda esta cera al amigo Herzog, diré que a mi este tío no me acaba de gustar. Veamos, como es lógico mi juicio es absolutamente condicionado a lo que leo, y en ningún caso pretendo con ello dar a entender que me internado en su personalidad. Nada más lejos. Pero todo el que escribe de alguna manera se vacía, y más tarde o más temprano, salen a la superficie sentimientos profundos que revelan la auténtica personalidad. Digo que no me acaba de gustar, y me refiero a que Herzog es un jefe de expedición que a mi entender, antepuso su ambición personal a todo lo demás, y aunque hoy en día aun recuerda con cariño y agradecimiento a sus compañeros "salvadores", lo cierto es que los que verdaderamente fueron el alma y soporte de la cumbre no llegaron a subir, y el tuvo mucho que ver en ello. Terray y Rebuffat, Rebuffat y Terray son a mi entender los mejores exponentes del verdadero montañero. Solo por ellos y gracias a ellos, Lachenal y Herzog conservaron sus vidas: por su esfuerzo, por su sacrificio y por anteponer la vida de los otros a los intereses personales. Porque si había alguien en condiciones de hacer cumbre con éxito y sin tanto peligro de congelaciones ese era Terray, pues era el más fuerte del grupo, y además estaba más descansado. Lachenal y Herzog hacen cumbre porque se entregan a ella. La imagen de la cumbre les ciega los sentidos y esa arista cimera les hace subir y subir cuando ya estaban en condiciones precarias y aparecían los primeros indicios de congelaciones. Hay un pasaje terrible en el que Lachenal, que ya sabe que sus pies están congelados, manifiesta claramente sus dudas sobre continuar o no la ascensión, y llega a preguntarle a Herzog que decisión tomaría en el caso de que él se diera la vuelta. La respuesta de Herzog es definitiva: Si tu te vuelves, yo sigo-a lo que Biscante (Lachenal) respondió- entonces yo te sigo. A mi me parece que esto lo resume todo. Herzog, en esa situación no contempla otra cosa que no sea su victoria en la montaña. A esa altitud, en esa agonía del esfuerzo, en un entorno de hipoxia y descontrol, desde luego que no debe ser fácil, y no lo es tomar una decisión coherente, pero si en ese momento hubiera decidido descender, existe la posibilidad de que la cordada Rebuffat-Terray hubiera hecho cumbre, y lo más importante, que ninguno de los dos hubiera padecido el calvario de las congelaciones y las irreversibles y traumáticas consecuencias que de por vida tuvieron.
Y quién soy yo para poner en tela de juicio una decisión tomada a más de ocho mil metros hace más de cincuenta años? pues nadie, está claro, pero es que resulta que Terray está muerto, Rebuffatt está muerto y Lachenal también está muerto, y mientras, hoy en día Herzog sigue dando entrevistas en Desnivel como el héroe del Annapurna, y la verdad es que me toca un poco los cojones. Se que no soy imparcial; desde que escribo este Blog, no puedo evitar mencionar a Terray y Rebuffat cada dos por tres. No es solo porque sus proezas alpinisticas me parecen incomparables, también porque al escribir, con ellos la montaña cobra un sentido filosófico superior, más allá del estrictamente deportivo, humanizándola y naturalizándola hasta formar parte de ellos mismos. Son pescadores en una mar a la que respetan, quieren y temen, sin tratar de invadirla.
Por ello una vez más, yo, un "manolo" cualquiera declaro mi admiración por este par de "franchutes", que cada vez me apasionan más. Por lo que hicieron, por como lo hicieron y sobre todo por como lo contaron. Todo aquel que se haya manchado alguna vez las botas de barro en el monte y no le haya importado, debería leer alguno de los libros que estos dos escribieron. Puedo asegurar que sentirán lo mismo que yo.
viernes, 7 de enero de 2011
Reincidentes.
Otra vez aquí. Otro rollo, lesión y hospital... esta mañana el tiempo está cambiando y a mi compañero lituano se lo han bajado a operar, es momento de escribir algo.
Esta vez no ha sido haciendo ninguna actividad arriesgada, ni por asomo, simplemente, un resbalón casero y un mal gesto han bastado para hacerme añicos la rotula de la rodilla izquierda, esa que ya de por si estaba hecha unos zorros. Por lo pronto, ya se que el martes tengo programado quirófano para reconstruirla, y si es posible y todo va bien, trataran de simultáneamente hacer la mosaico-plastia que tenía pendiente para febrero, por lo que mataríamos dos pájaros de un tiro. Pero claro, teniendo en cuenta que de por si, lo de la rótula es un rollo de los gordos con "hierros" incluidos, habrá que ver como se tercia la cosa y si verdaderamente es viable hacer las dos intervenciones a la vez.
Que te pase una cosa de estas es una putada siempre y no se lo deseo a nadie, pero empiezo a estar un poco harto de que el tuerto de los cojones me mire solo a mi. Sigo siendo optimista en cuanto al pronostico, pues soy aun joven y me encuentro capacitado para todo tipo de situaciones adversas. Pero tener huevos es una cosa y cruzar el umbral del dolor como costumbre es otra. No quiero que suene victimista ni nada por el estilo, pero puedo asegurar que lo de la otra tarde me dolió como jamas me ha dolido nunca nada, y goteras por desgracia tengo unas cuantas. Solo el hecho de recordarlo me hace estremecer, y por primera vez en mi vida tengo que decir que tuve un miedo espantoso por lo que me había pasado.
Hoy las cosas ya empiezan a verse diferentes. Ya se que esto acaba de empezar (otra vez) pero por suerte o por desgracia hoy en día existen unas drogas magníficas que te tienen todo el santo día medio agilipollado y que si no fuera por la escayola, ni te darías cuenta de qué te hace estar tanto tiempo postrado en la cama. Me quedan unos días aun para que me peguen el tajo, y trataré de llevarlos con paciencia y buen humor, como no puede ser de otra manera, pero pensar que hace un par de semanas andurreaba feliz por sierras de Cazorla, y que hoy mismo había quedado para pegar un pateo por el monte, la verdad es que dan ganas de atizarse catorce Capitán Morgan y que salga el sol por donde quiera. Que coño, por lo menos siempre nos quedará inaugurar pantanos.
Esta vez no ha sido haciendo ninguna actividad arriesgada, ni por asomo, simplemente, un resbalón casero y un mal gesto han bastado para hacerme añicos la rotula de la rodilla izquierda, esa que ya de por si estaba hecha unos zorros. Por lo pronto, ya se que el martes tengo programado quirófano para reconstruirla, y si es posible y todo va bien, trataran de simultáneamente hacer la mosaico-plastia que tenía pendiente para febrero, por lo que mataríamos dos pájaros de un tiro. Pero claro, teniendo en cuenta que de por si, lo de la rótula es un rollo de los gordos con "hierros" incluidos, habrá que ver como se tercia la cosa y si verdaderamente es viable hacer las dos intervenciones a la vez.
Que te pase una cosa de estas es una putada siempre y no se lo deseo a nadie, pero empiezo a estar un poco harto de que el tuerto de los cojones me mire solo a mi. Sigo siendo optimista en cuanto al pronostico, pues soy aun joven y me encuentro capacitado para todo tipo de situaciones adversas. Pero tener huevos es una cosa y cruzar el umbral del dolor como costumbre es otra. No quiero que suene victimista ni nada por el estilo, pero puedo asegurar que lo de la otra tarde me dolió como jamas me ha dolido nunca nada, y goteras por desgracia tengo unas cuantas. Solo el hecho de recordarlo me hace estremecer, y por primera vez en mi vida tengo que decir que tuve un miedo espantoso por lo que me había pasado.
Hoy las cosas ya empiezan a verse diferentes. Ya se que esto acaba de empezar (otra vez) pero por suerte o por desgracia hoy en día existen unas drogas magníficas que te tienen todo el santo día medio agilipollado y que si no fuera por la escayola, ni te darías cuenta de qué te hace estar tanto tiempo postrado en la cama. Me quedan unos días aun para que me peguen el tajo, y trataré de llevarlos con paciencia y buen humor, como no puede ser de otra manera, pero pensar que hace un par de semanas andurreaba feliz por sierras de Cazorla, y que hoy mismo había quedado para pegar un pateo por el monte, la verdad es que dan ganas de atizarse catorce Capitán Morgan y que salga el sol por donde quiera. Que coño, por lo menos siempre nos quedará inaugurar pantanos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)