lunes, 4 de junio de 2012

Viejos amigos, viejos enemigos.

Casualidades de la vida, en el plazo de veinte días en mi entorno han resurgido tres viejos conocidos, de esos de los que en su momento dejaron profunda huella tanto en el espiritu como en lo fisico. De mi paso por Ronda ya hable el último día y no mas me queda decir que ayer mismo por la tarde, cuando venia de dar un paseo con la bici por el Cortijo de Belén, la casualidad me hizo cruzarme con mi querido amigo Pablo, con el que tuve el honor y la desdicha de pasar aquellas largas horas por la serrania rondeña. Nos paramos y le hice alusión a mi recuerdo de la carrera tras lo que convinimos en que ambos, despues de aquello, teniamos claro que no volverñiamos jamas. Tuvo gracia cuando en un alarde de optimismo dijo que lo que se habia demostrado con el tiempo es que nuestra estrategia para la carrera era erronea. No! erronea no! es que no hubo estrategia alguna! Pero como ya he dicho, no pretendo hoy seguir con los 101, sino comentar el reencuetro con una vieja amiga, y con un antiguo enemigo. La vieja amiga no es otra que mi bici de carreras, y el antiguo enemigo es el Haza del Lino. A la primera la echaba de menos, no en vano habia decidido no volver a usarla por entre otras cosas, el miedo que me da pegarme una castaña con ella y que mis maltrechos huesos den con el duro asfalto y de ahí no me levante, y por ello incluso la puse en venta en ebay, sin mucho éxito por cierto. Lo que ocurre es que soy fragil, lo reconozco, y la otra tarde, como si una fuerza poderosa me incitara a ello, sin mucho preámbulo, la saque de la cochera donde estaba bien guardada a salvo de roces y polvo, le pegue un lavado intenso y la metí en el coche para bajarmela a Calahonda, eso si, sin un plan establecido. Este sabado se celebraba en Valladolid el desfile de las Fuerzas Armadas en el que tuvo lugar un, como siempre cuando se trata de nuestro Ejercito, respetuoso y sentido homenaje a los caídos. Es curioso, porque ese acto con la emocionante "La Muerte no es el Final" de fondo, lo he contemplado infinidad de veces y jamas pensé que alguna vez conocería tan de cerca a uno de esos caídos, pero asi es, este año, uno de ellos era mi añorado amigo el Capitán de la Armada Javier Linares Fernández. A tan emotivo acto acudían además de su viuda, Nuria, buena parte de su familia para entre otras muestras de respeto, recibir el saludo y pésame personal de SSMM El Rey Juan Carlos I. Y yo, a sabiendas de que lo retransmitirían por la tele, decidí no verlo, por lo menos en directo. Todos los días, os lo aseguro, todos, me acuerdo de Javi, y ante tal imagen y tales sonidos, tuve claro que estando en mi voluntaria soledad del apartamento de Calahonda, no iba a ser una buena idea el ponerme a ver la tele. Calahonda es de por si un vínculo con Javi, y solo el hecho de estar allí ya supone un recuerdo constante de las innumerables experiencias vividas juntos, así que esto hubiera sido como apagar un fuego con latas de queroseno. Ante la duda, sube, y empieza de nuevo. Esto, que funciona muy bien en montaña cuando te encuentras perdido o desorientado, no es ni mas ni menos que la justificación de una huida, y así lo asumo, pero es cerca de las altas montañas donde mas a gusto me encuentro y por ello, no deja de ser normal que ante situaciones de estrés, tire para el monte cual cabra montés. Acción-Reacción. De repente, ante mi aparece un reto del que muchas veces he hablado con Javi y que como por arte de magia, surge ante mi como una revelación. Y así, en un momento, tras una hora larga mareando la perdiz por la casa, la imagen de verme en lo alto del Haza del Lino con mi vieja amiga de carbono cobra un sentido total y absoluto. Alea Jacta Est, no ha pasado un año completo desde que apabullado por la situación y las laceraciones en las piernas me rendí como un impúber pidiendo ayuda y siendo rescatado por mi mentor, y como si desde los cielos me iluminaran, me veo montando en la "flaca" y encarando los primeros kilómetros dirección Castell. Mas de dos años llevaba sin subirme a ella,incluso he tenido que parar a comprar una pila para el cuentakilómetros, pero ahí estaba ella, perfecta, como un guante, como si me hubiera estado esperando todo este tiempo consciente de que a pesar de todo, un día volvería a ella. Y yo siento lo mismo, la verdad, pues en contra de mis temores iniciales, me encuentro realmente bien dando pedales. Es curioso, porque me siento tan a gusto que por momentos parece como si todo este tiempo desde que la cogí por última vez en realidad fuera solo un espejismo. En un ratillo, me veo comenzando la subida por la rambla, un tramo que pica para arriba pero que casi ni se nota. Además, estoy tan nervioso como emocionado: lo uno porque en realidad no se si el reto va a ser desproporcionado para mi escasa forma en la bici ya que llevo poco más de un mes dando pedales; lo otro porque si en realidad soy capaz de calzarme este puestrarraco, la alegría que me voy a llevar va ser de lujo. Mas o menos cuando llevo una horita, la carretera da un brusco giro a la derecha y como si te dieran una fuerte colleja, aparece un rampón que te pone las pulsaciones en el lugar de la anaerobia correspondiente. Y no para oiga! Es que desde esa primera curvita hasta que te plantas en el Aljibe a la altura de Rubite, no tienes ni un mísero descansillo. Y qué carretera! Ese asfalto rugoso y desgastado que tanto le gusta a Perico cuando en sus comentarios del Tour o la Vuelta, alaba su capacidad de agarrar la rueda, es el que allí te martiriza cada metro que asciendes. A tramos, esa vertiente del puerto que hasta el momento no conocía salvo de bajada, me recordó muchísimo al Mont Ventoux, tanto por por lo largo que es, 22 kms. más o menos, como por el hecho de que en todo momento el porcentaje de ascenso es altísimo con rampas hasta del 18%, y que como ya he dicho no hay descansos, y que estas viendo donde se corona prácticamente todo el rato. Una vez en Rubite, es obligado bajar a la fuente a darse un atracón de agua importante, pues en realidad es la única fuente que hay en toda la ruta y saltársela sería poco menos que un suicidio, tras lo que hay que encarar los últimos kilómetros de subida que, tras lo anteriormente realizado, son una verdadera broma. Es más, es que se hacen de maravilla pues se trata de herraduras encadenadas con un porcentaje de subida muy mantenido en cada una de ellas y que, ya tan arriba, brindan la posibilidad de contemplar un vista de la costa y de los cerros ad lateres verdaderamente magnifica. Y como no, ahí a la izquierda están las antenas que coronan la montaña y que otrora contemplaron impávidas como se me saltaban las lagrimas ante la incapacidad de salir honrosamente de sus hirientes y espinosas laderas. Hoy no se me saltan las lagrimas, sino que me invade una emoción exultante acordandome en los metros finales de mi amigo ausente. Esto te encantaria tío!! Miro al cielo y doy las gracias porque yo estoy aqui, montado en mi bici, vivo y por un instante maravilloso, feliz. Este puerto te lo dedico, allá donde estes navegando seguro que sonries al verme. La etapa no ha terminado, es mas, aun queda una buena tostada hasta volver a casa, pues hay que descender hasta el puente de Orgiva y desde ahí aun quedará remontar Puerto Camacho para encarar todo el Azud y rematar con el paso por Motril hasta Calahonda. En total cuatro horas y media y 85 kilometros de reencuentro con el divino arte de dar pedales y de ir de un sitio a otro sin más ayuda que la voluntad y las ganas, que no es poco claro.

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