lunes, 18 de junio de 2012

Je me rends!



Pues si, son el enemigo. Por mas que me gusten sus vinos, sus montañas, sus personajes, sus carreteras, su chovinismo, y todas sus puñetas, son el enemigo. Y más aun cuando se acerca el estío, cuando ya la tierra rojiza del Roland Garros empieza a ser preparada para el combate, cuando el color amarillo "tour" empieza a salir en la prensa y en la tele.

Que no se engañe nadie, a Francia y a los franceses les encantaría haberse quedado aquí hace doscientos años, y aunque solo fuera en nuestro territorio, llevar a cabo su idea de la Aquitania Napoleónica. Claro, que no contaban con la mala leche de unos españolitos que a base de escaramuzas y "albazeteñas siete muelles" hicieron trizas sus bien vestidas tropas. Por eso, entre otras cosas, esta gente no va a animar a nuestro Nadal hasta que no le vean arrastrarse por el polvo de ladrillo; por eso, tienen esa inquina a todo bicho viviente que desde el sur, desde el otro lado de los Pirineos, tenga la osadía de acercarse a competir en su suelo.

Los españoles llegamos tarde casi siempre, entiéndase, en la historia me refiero. Llegamos tarde porque entre otras cosas, cuando por fin nos damos cuenta de que las cosas que ocurren fuera de nuestras fronteras son pasos importantes para el desarrollo y el futuro, el resto ya nos han cogido ventaja y ponernos a su nivel nos acarrea el doble de esfuerzo. "Castilla, antes dominadora, ahora envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora..." Pero bueno, qué le vamos a hacer, "...señora, así somos España y yo".

De manera que al Tour de Francia, también llegamos con retraso, exactamente con siete años de retraso, y que manera de llegar! Solo diré un par de cosas sobre nuestro primer participante: la primera, que para recoger su dorsal 155, el "Cojo" como apodaban a nuestro primer representante necesitó cruzar toda Francia en solitario, montado en su bici y habiendo salido desde Bilbao. La segunda, que el pobre Vicente Blanco, que era como se llamaba en realidad, no pudo aguantar ni siquiera la primera etapa.

Pero hay cosas, como en la vida, que comienzan fatal, y que al paso de los años mejoran y mejoran. Y este es el caso de la participación de los españoles en el Tour. Ya hace tiempo que a través de este foro recomendé efusivamente seguir en la manera de lo posible la carrera. Hoy, a poco mas de semana y media de su inicio, lo vuelvo a hacer. Pero no lo hago por el futuro papel de nuestros compatriotas que seguro será relevante, lo hago porque parto de una base, y es que se trata de la carrera de las carreras, y este año, de nuevo, la etapa del Tourmalet será decisiva. Ese día, decimoséptimo de competición, los corredores se van a zumbar ni mas ni menos que 197 kilómetros, y entre medias, tendrán que calzarse el Aubisque, el propio Tourmalet, el Aspin y para acabar el Peyresourde. Se me ponen los pelos como escarpias.

Cuando hace tres años, antes del fatídico leñazo, me fui a hacer bicicleta por aquellos lares, mi debut fue en el grandioso Mont-Ventoux, ascensión a la que ya me referí hace un par de semanas. Larguísima, sin descansos, y con la constante visión de la blanca y caliza cima. Luego, en Andorra, eché un par de días maravillosos subiendo tres puertarracos de órdago como son Arcalís-El Serrat y el Col de Ordino, encadenándolos en una misma etapa de cien kilómetros. Y al día siguiente el Port de Envalira por sus dos vertientes, saliendo desde Francia la primera, bajando después hasta Aubinyá y desde ahí media vuelta hasta el Pas de la Casa, otro etapón de un porrón de kilómetros. Tres días de dar pedales absolutamente memorables y divertidísimos, con unos paisajes increíbles y unas carreteras fascinantes. Pero, oh mon dieu! si me tengo que quedar con algo de aquel viaje no puede ser otra cosa que el día que subí el Tourmalet.

Si queréis saber datos técnicos os invito a que os metais en las paginas de altimetrías que hay en internet, y podréis informaros de cualquier detalle de la subida, yo lo he olvidado casi todo, no es relevante. Estar en esa carretera; ver la señal de tráfico en la que pone Col D Aspin 11/ Col Du Tourmalet 41 ; pasar por Sant Marie de Campan y beber agua en su fuente; atravesar los túneles que protegen de las avalanchas; pasar por La Mongie dando pedales a la vez que uno contempla sus terrazas atestadas de gentes que paran allí día tras día del verano solo por admirar el paso de los ciclistas; alcanzar uno tras otro, los carteles que indican el porcentaje medio de subida de cada kilómetro, la altitud y lo que queda para la cima; el verdor de los prados en el que contrasta sobre manera el gris del asfalto que tan virtuosamente cubre el sinuoso trazado, todo ello, es lo que te hace, por un día, sentirte el tío más feliz del mundo.

Por que subir el Tourmalet no es solo montar en bicicleta cuesta arriba, es estar en el escenario ciclista más famoso de la Tierra, y aunque sea a ocho kilómetros por hora y soltando espumarajos, por unos instantes formar parte de él. No había nada de esto, os lo garantizo, pero mientras me afanaba en la ascensión, yo escuchaba el rotor del helicóptero de la televisión francesa. Y si, también escuchaba y veía el sonido de las motos y sus inconfundibles sirenas politónicas; y a los aficionados dando ánimos y gritando, incluso creí ver al "colgao" ese que va disfrazado de demonio corriendo a mi vera. Allí estaban todos, y por ello, cuando por fin coroné y pasé por debajo del Gigante Plateado, el monumento en honor a Octave Lapize, sentí una alegría inmensa por haber vivido algo tan místico y tan bello.

Arriba hay poca cosa, un bar a la izquierda y una tienda de souvenirs a la derecha. Como la gente llega tan "listica" de fuerzas en ambos garitos se aprovechan y por una cocacola te hacen soltar casi cinco euros, pero claro, uno los paga encantado. Me bebí un par de ellas, y poco a poco, en vez de recuperarme, me fui dando cuenta de que estaba bastante mas cascado de lo que pensaba y además, aun me quedaba todo el descenso hasta Campan y subir de nuevo el Aspin. Puff! pensé, mientras marcaba en el móvil el número de mi hermano Salva con el fin de darle la noticia. No debí transmitirle demasiado entusiasmo pues se apresuró a preguntarme si estaba bien, a lo que respondí un si lacónico y poco creíble. Razones tenia, la verdad, pues encarar de nuevo el Aspin por la otra vertiente se me hizo un "penaero" total.

Pero lo hice, y en la cima, mientras me ponía la chaqueta para el descenso hasta Aurreau aparecieron por allí un grupo de valencianos que se brindaron a sacarme un foto al lado del cartel. Sin duda, es de mis fotos favoritas no solo de aquel viaje, sino de todas en las que salgo, pues al verla, contemplo en mi expresión un brillo especial, es la cara que se le pone a uno al sentirse por un momento parte de un lugar tan acojonante como el Tourmalet. En la Segunda Guerra Mundial, los aliados, con ese sentido del humor anglosajón tan puñetero, decían de Francia que para lo único que había demostrado servir era para ser invadida, y por ello, la frase favorita de un francés era ¡Me rindo!. Puede ser verdad, pero no es menos cierto que sin ellos, y sin su visión de las cosas, no existiría ninguna de las competiciones más importantes del panorama deportivo mundial, así que en el fondo tenemos que estar agradecidos. No en vano, la ruta del Tourmalet fue descubierta para la Grande Bouclé por un periodista que casi perece en el intento y que mediante un clamoroso embuste, convenció a los organizadores de que la carretera era practicable, cuando era una precaria pista de tierra por la que solo transitaban los pastores, y que la ruta era muy buena para las bicicletas y demás vehículos de la carrera. Valiente golfo este Steinés! me imagino que es lo que debió pensar "el patrono" Desgrande cuando Octave Lapize, primer ciclista de la historia en coronarlo, gritó aquello de Asesinos!!

1 comentario:

  1. IMPRESIONANTE AMIGO, te fluye la literatura lo mismo que el chisporrero de ojos de la cima cuando escribes con el corazón, me tienes que llevar allí..., no puedo decir otra cosa. Bueno sí, la etapa del Tourmalet has de prometerme verla juntos frente a la televisión y un gin-tonicm palabra de Duque

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