jueves, 24 de marzo de 2011
WE Corazón PIQUE
Interesante la experiencia de esta tarde, si señor.
Que la Selección Española de Fútbol visite una ciudad como Granada no deja de tener su miga. Lo de hoy solo ha sido el entrenamiento previo, pero desde luego es significativo lo que se ha montado esta tarde para ver a estos veintitantos jóvenes corretear un poco y darle unas cuantas patadas a unos balones fabulosos de adidas, pero que lo siento, como el Tango de mi niñez no ha habido ninguno; ese era el balón más bonito del mundo, y también el que mejor olía.
Se me ha pasado por la cabeza lo que seguro que se le pasaría a cualquiera si ve a su hija y a la amiga de esta con una pancarta en la que se lee We (corazón) Pique, y cada vez que éste y Casillas hacen el menor gesto de acercarse a medio metro de nuestra posición, ellas se desgañitan gritando sus nombres a la par que hacen gestos de difícil valoración: ¿qué les pasa? Pero no me lo he preguntado yo solo, no, las miradas de Nacho, 8 años y seguidor de la Selección a muerte, eran un poema cuando pedía a voces que estas dos "locuelas" dejaran de pegar gritos y desgañitarse para un propósito tan improbable como el de que estos dos semi-héroes se fijaran en tan inocente y manual pancarta.
El campo estaba lleno. No a reventar, pero si lo suficiente como para que a alguien como yo que le cuesta a horrores sumergirse en estas muchedumbres, le de un punto de miedo y claustrofobia. Gracias a Dios, la cabeza no para, y los niños han atendido a razones y me han dejado dirigirlos a una zona que por elevada era menos conflictiva. Eso si, con el consiguiente soborno de acercarnos luego a la zona de las cabinas de la tele, y ver si sacábamos algún rato memorable. Así ha sido.
Pero lo que me llama la atención de todo esto es que hoy, esta tarde, estos individuos de corto con medias eran sin duda el grupo social más importante que haya habido en los últimos diez años en la ilustre e insigne ciudad de la Alhambra. Nos guste o no, son los nuevos héroes, los nuevos espejos donde todos y todas se miran. Unos para tratar de imitarlos y emularlos; otras para soñar con futuros amoríos. Qué pena, la verdad. No por el fenómeno "fan", que lo entiendo y me parece bien. Pena porque a pesar de todo, no solo mi hija y su amiga, o los que a las casi las nueve de la noche corrían persiguiendo por la calle un autobús cargado de fulgurantes estrellas de barro sin apenas distinguirlas, pena porque casi todos los que hoy estábamos en el campo asistiendo a este "milimetricamente estudiado" espectáculo, se nos ha olvidado por unos momentos que los verdaderos héroes de nuestro tiempo no tienen casi nada que ver con los de la mal llamada "roja". Que los héroes de hoy son los que cada mañana se levantan para ir al curro sin saber a ciencia cierta qué futuro les depara el destino. Que sudan; que les duelen las cosas; y que tras muchos esfuerzos, no solo cumplen con su horario laboral sino que sacan fuerzas para llevarles a este circo de las vanidades. Y aunque caiga en lo políticamente correcto y me joda, me refiero a ellos y a ellas por igual, madres y padres, tíos y tías, abuelas y abuelos.
La lección me la han dado Alejandro y Nacho. Ambos han certificado que Don Vicente del Bosque la sigue tocando de maravilla, lo cual es una verdad impugnable. pero lo mejor es que cuando les he dicho que yo para la selección jugaría gratis, casi al unísono han respondido: !Yo también!
lunes, 14 de marzo de 2011
El primer montañero.
Pensad una cosa: ¿Por qué os gusta subir montañas?
A mi se me ocurren doscientas mil buenas razones para calzarme las botas y tirar para arriba. Es mas, no puedo estar más de acuerdo con M. Titos cuando asegura que cada vez que sube al Corazón de la Sandía en Los Alayos es diferente, y eso que lo ha pateado decenas de veces. Cuanta verdad, ningún atardecer es igual a anterior, y las montañas, por mucho que las trille uno, siempre tienen escondidos nuevos encantos, nuevas vistas, nuevos descubrimientos.
Terray lo describió con magistral audacia cuando tituló su obra más conocida: Los Conquistadores de lo Inútil. Nada se gana con subir un cerro, no hay premios allá arriba, solo vistas. Y entonces, ¿para qué el esfuerzo?. El frío, el calor, la sed, el hambre, las incomodidades, el sufrimiento. Todo ese esfuerzo entregado de manera gratuita, con el única objetivo de la satisfacción personal, o peor aun, del ego. ¿Realmente es así?
Cuando Albert Camus desarrolló su Teoría del Absurdo, sin saberlo, estaba poniendo el punto sobre la "i" del Montañismo. No solo eso: al elegir el mito de Sísifo, en cierta manera nos describió al primer montañero. Este griego, como otros, fue castigado por los dioses por su audacia, y la condena no pudo ser más rebuscada: pasar el resto de la eternidad subiendo una gran roca montaña arriba, y al llegar a la cima, esta caería y volvería a empezar. Camus decía que eso era la vida misma, pues en realidad, en la existencia no había un motivo final que justificara todo, y por tanto, pensar en un más allá era dar rienda suelta al absurdo. Por ello, el creía que vivir debía ser una cuestión del día a día, aprovechando cada momento al máximo de sus posibilidades. De otra forma, el sufrimiento humano llevaba irremediablemente al suicidio, a la extinción de la vida. ¿Y por que Sífido no se suicidó si su sufrimiento era eterno y no había un perdón final? Pues porque para el, aunque los dioses también le habían privado de la vista, era suficiente pensar en que desde allá arriba, el lo alto de esa montaña que día tras día subía empujando esa gran piedra, debía haber unas vistas maravillosas, y ese era un motivo suficiente para seguir el camino que su castigo le había trazado.
Para los que amamos las montañas, esa vista desde la cumbre siempre lo vale todo. Pero es que además, se da otra circunstancia aun más increíble si cabe. Da igual que uno vaya hecho polvo, o que por el contrario se encuentre en una forma excelente, El rato de la cumbre siempre es extra-terrenal por defecto, un momento mágico de perfección, donde lo mundano esta a kilómetros de distancia. Es la sensación de fluidez, de que las cosas son como deberían ser, y de manera efímera, nos acercamos por un instante a la inmortalidad.
Ayer hice cumbre en la Boca de la Pescá. Dos cojos nos juntamos, y dos cojos subimos esa tachuela de las estribaciones de Sierra Nevada. La rodillas molestando y doliendo, pero mientras ascendíamos, a ratos era como si todo estuviera en su sitio, y al final, el abrazo de la cumbre fue el colofón a un ascenso que curva tras curva, recodo tras recodo, se hizo extraordinario. Hacer vereda al andar, qué placer!
El diecisiete anestesista, y pronto a los cuchillos, así que en breve a convalecer. Vale, pero lo de ayer no me lo quita ni Dios.
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