jueves, 8 de julio de 2010

Historias de una noche de verano.


Esta noche hace un calor terrible. He dejado la puerta del balcón abierta a ver si entra algo de fresco. Hace un rato que se ha levantado un fuerte viento de levante, y ahora mueve las cortinas simulando el aparejo de un velero, trayéndome añoranzas de mar y de olas. Aun sigo muy nervioso, y no me duermo ni para atrás. Las farolas de la calle siguen encendidas, y los sonidos de los cláxones no han parado de quebrantar el silencio de la noche. Abro y cierro los ojos ¡ duérmete ya hombre!-me digo, pero no hay manera. Miro a la terraza, y al trasluz, una sombra me inquieta sin cesar, no se que es, pero paso de levantarme. Cierro los ojos otra vez y me pongo a pensar.

Siempre segundones. Me acuerdo de los años pasados en los que salvo unos cuantos valientes más solos que la una, de vez en cuando sacaban la cabeza del tiesto para decir aquí estoy yo, la frase que más nos repetíamos todos era "mecagoenlaputadeoros, otra vez eliminados". Ya antes de empezar, se nos ponía la mosca detrás de la oreja. Sensaciones agridulces siempre: recuerdos de un pasado pseudo-glorioso en blanco y negro; augurios de éxitos y favoritismos solo fundamentados en la virilidad y en la furia; topicazos en boca de comentaristas hartos de pasar las vacaciones fuera de sus casas, y que sin saberlo anticipaban no solo las actuaciones del presente sino también las del futuro. Derrotas y mas derrotas. España eliminada, tan cierto como que los de siempre pasaban de cuartos. Y al final, el desinterés y la desidia campaban a sus anchas por nuestras cabezas, más pendientes de pasarlo bien en el estío y de no olvidar los exámenes de septiembre, que de aquellos que a base de testiculina se iban a comer el mundo. ¡Siempre nos pasa lo mismo!

Pero estaban aprendiendo. No nosotros, que hasta hace un par de junios no se nos quitaron los prejuicios, por otra parte justos, de los ojos. Aprendiendo ellos, los viejos del lugar y también los jóvenes porque por fin se daban cuenta de que en España, cuando se ha tenido que pelear contra un enemigo, si no se ha hecho por la vía de la astucia y la habilidad, siempre se ha perdido. Hace veintiséis años que hubo un visionario de esto. Un genio que adelantándose a lo que hoy vivimos, fue capaz de adivinar el camino correcto y así conseguir el triunfo soñado: fue Antonio Díaz-Miguel "El Iluminado". El comprendió que si la Selección de baloncesto quería ganara algo alguna vez, lo primero de todo era conseguir el nivel necesario, y para ello, había que enfrentarse contra los mejores desde el principio. Concentraciones a lo NBA; entrenamientos de cada jugada y cada situación; partidos y más partidos, y todo ello hasta que los cinco en cancha jugaran de memoria. Así es como llegaron las medallas de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ´84 y la del Eurobasket del ´87.

Pero lo del fútbol ha sido otra cosa. Mas lento, más progresivo, menos preciso en cuanto a los planteamientos, más penoso. Selección tras selección, los fracasos de acumulaban año tras año. Y entre medias la paradoja incómoda: los mayores pierden siempre y los pequeños, los de las "subs" lo ganan todo. ¿Cómo es posible?. ¡Y encima somos la liga de las estrellas! Si si, ¿pero cuantos jugadores competían en las ligas extranjeras? No había perspectiva. Desde el Mundial de España en 1982 me acuerdo con total claridad de todas las actuaciones de la Selección, al igual que en las Eurocopas. Nunca he sentido mas vergüenza de nuestros jugadores como cuando tras fracasar por enésima vez, los nuestros se volvieron de la Eurocopa de Portugal cada uno por su lado. No eran un equipo, eran unos mercenarios. Un grupo de mamarrachos que antes del primer partido ya se lo habían llevado calentito y que en ningún momento asumían como suya la responsabilidad de representar a su país en dicha competición. Quizá no lo supieran, pero ese día, con esa actitud despreciable, estaba terminando un ciclo de sumisión inmerso en una filosofía conformista y cobarde, y culminado con el desprecio más absoluto hacia un pueblo entero. Ese día, un señor mayor de pelo blanco y gafas repleto de motes y anécdotas, dijo que para jugar en la selección, el jugador que se precie tenia que sentir un escalofrío cuando se pusiera la camiseta roja. Expeditivo, más claro imposible, lo que vino después ya es historia. Cuatro años de desierto y mas penas que gloria. Un mundial con reminiscencias de la antigua soberbia, que desembocó en otro fracaso, pero cuyo enfoque ya era distinto. Ahí ya aprendimos todos: los aficionados a que el oso primero hay que matarlo; los jugadores, que los cuatro o cinco de siempre no necesariamente juegan mejor, pero si que compiten mejor y en eso, en COMPETIR, es donde está la clave.

Los alemanes siguen siendo los más altos, los italianos los más listos, los argentinos los mas luchadores, los franceses los más orgullosos, y los brasileños los más técnicos, todos siguen igual salvo que ahora hay un nuevo orden establecido. Hay una cláusula nueva en el contrato. Una por una, esas cualidades ya no son validas, pues la nueva premisa es que para ganar hay que tener un poco de todas, y la única que cumple con creces el requisito es España. Una Selección que ha aprendido a jugar al fútbol como los ángeles, y que independientemente de lo que pase el domingo que viene, ha dado un puñetazo en la mesa para que todo el mundo sepa que hay un nuevo sitio a donde mirar si se quiere ver a los mejores. Que si en el pasado hubo guerras que enfrentaron a países cuyos hombres orgullosos portaban sus banderas, hoy esas guerras han dado paso a las competiciones deportivas, con igual o mayor dignidad que aquellas. Y que los nuestros, los de la Selección Española, portan con orgullo la suya, por encima de analfabetismos y catetadas de provincias.

Abro los ojos un vez más, estoy sudando a mares, y además me hago pis, es lo que tiene la cerveza...-me digo. Miro hacia la terraza y sigue el viento, y también sigue la sombra inquietante, aparece y desaparece. A pesar de la amenaza, no me queda más remedio y me levanto decidido a llegar al cuarto de baño. La operación es rápida y enseguida estoy acostado otra vez, pero a diferencia de antes, ahora no hay nada que me asuste. Cierro los ojos y sonrió mientras me digo-¡joder! ¡como ondea la bandera de España con este viento!

1 comentario: