miércoles, 4 de julio de 2012
ILUSIÓN
Ilusión. (Del lat. illusĭo, -ōnis). 1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. 2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. 3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc. 4. f. Ret. Ironía viva y picante.
Esto es lo que dice la Real Academia que significa esa maravillosa palabra, y la verdad, me parece algo escueto, no?
Son las cinco de la tarde, lorquiana y taurina hora para empezar un andurreo por Sierra Nevada. La meteo acompaña, pues después de que hayamos pasado unos días infernales de calor en la capital, desde ayer sopla el viento del noroeste que ha hecho bajar las temperaturas de manera considerable, por lo que aunque cuando hemos salido caían a plomo 38º en la Avenida de Cervantes, aquí en Trevélez, a la sombra, no hay más de 25º, y la verdad es que es un gustazo.
Llevábamos bastantes semanas sin darnos un buen golpe cargados con el enano, y como siempre que ocurre esto, los primeros instantes del pateo son algo frustrantes pues se da la paradoja de por un lado sentir una tremenda felicidad por lo que está uno empezando a hacer, y a la vez sufrir la incomodidad de un mochilón a la espalda que no solo retuerce cada uno de los huesos de la raspa sino que dificulta cada uno de estos primeros pasos en un inicio verdaderamente empinado. Pero bueno, nada que no se arregle tras las primeras rampas de esta maravilla de la ingeniería que es la Vereda de Siete Lagunas.
Hoy, a diferencia de otras veces, no hay dúo sino terna pues hay un tercero en discordia, pero no se trata de alguien nuevo no, se trata de quien es ya a pesar de su juventud, todo un compañero de aventuras, y mucho más… El objetivo del día no está hoy muy lejos dado que por la hora de salida y porque el trastazo es mañana, nos conformamos con llegar a la Campiñuela y vivaquear allí mismo. Lo que ocurre es que nos lo hemos cargado en tres horas escasas y además, cuando hemos llegado, no había agua cerca pues la acequia más próxima iba seca, y esto sí es algo trascendental para un buen vivac. Por tanto, como aun hay luz suficiente decidimos alargar un pelín la jornada y llegar hasta el Vertedero donde seguro tenemos agua más que de sobra y con suerte encontraremos un buen sitio para pasar la noche.
Así es, el Culo Perro baja pletórico y justo al lado de la pequeña construcción que sirve de freno al torrente, encontramos un abrigo natural que otros ya utilizaron y tuvieron la gentileza de mejorar. Hace bastante viento en esa cota, a 2500 mts. y el ruido del río es verdaderamente ensordecedor, pero nos importa tres pepinos pues la sopa, el fuet al roquefort, los kunfu, la luna que nos acompaña, y esa magia que tiene siempre dormir al raso en la montaña, son ingredientes más que suficientes para pasar una noche estupenda. A las once más o menos nos metemos en el saco y confieso que este que escribe no llego ni a dar las buenas noches, pues morfeo me llevo enseguida a sus dominios con el regocijo y las pertinentes coñas de mis vecinos de esterillo.
6.20 a.m, es tarde. Puse el reloj a las seis menos cuarto y también a las seis, pero como suele pasar, a esa hora es cuando estaba más entregado al sueño, y ni me he enterado. La actividad comienza enseguida: hay que preparar el desayuno así que sobre la marcha y para aprovechar, nos ponemos a hervir agua para preparar el café soluble y comer esa cosa tan asquerosa que son los copos de avena. Ya ya! Ya sé que tienen mucha proteína, mucho hidrato y mucho rollo patatero, pero donde se pongan las tostadas de aceite y miel que desayuno cada día que se quite esto y se lo metan por donde no da el sol. En fin, que antes de las ocho ya hemos recogido todo, hemos preparado el enano y estamos dirección a las chorreras de la Laguna Hondera.
La temperatura es magnífica, no obstante, un fuerte viento nos azota nada más salir a la zona del “Valle del Silencio”, que es como bautizamos a este tramo la última vez que pasamos por aquí Fernando y yo, y donde asistimos al fenómeno meteorológico de soportar en el mismo día cuatro grados bajo cero en la salida del pueblo al alba, y veintiocho grados sobre cero en esta cota y rodeados de un nevazo descomunal. Cosas de la radiación solar y de la orografía del terreno.
El caso es que hoy, como digo, la temperatura es buena pero sopla un airazo de verdad, y esto no anuncia otra cosa que el hecho de que ninguno de los objetivos del día va a ser un regalo. Veamos, en primer lugar nos hemos planteado hacer cumbre en la Alcazaba por la Loma que es prolongación de la del Chordí y que empalma por la del Culo Perro; tras esto, y en función de cómo nos encontremos, la ruta discurrirá bajando a la Laguna Altera por el Collado del Pico del Globo, y una vez allí, tratar de ascender al Mulhacén por su cara Noreste, inédita para el trío, y bajar luego hasta el Alto del Chorrillo y de ahí a Trevélez.
El ascenso a la Hondera ha sido un gustazo y hemos llegado muy bien de tiempo, pero en el momento en el que nos encaramamos a la Loma de Culo Perro, el viento nos dificulta el avance de manera espectacular. A cada paso parece que nos vamos a caer, y el hecho de enfrentarnos a Eolo con una mochila tan voluminosa nos convierte en velas con patas, totalmente a su merced. De cualquier manera, estamos fuertes y decididos, y parece que hoy de esos días en los que va ha hacer falta mucho más que un Fuerza 6 para apearnos de nuestras intenciones. A eso de las once, “Mister 9” ya tiene su primera ascensión a la Alcazaba, y los dos cojos repetimos una cima que en ambos casos hacia más de quince años que no coronábamos. Cosas de la montaña, como tantas otras veces, la fidelidad escasea tan alejados del nivel del mar, y no acabamos de sacar una chocolatina en la cima de tan insigne reina de Sierra Nevada cuando ya estamos poniéndole los cuernos y escrutando el siguiente objetivo del día, la cara Noreste del Mulhacén.
El descenso desde el collado antes referido es de los que pone los pelos de punta, con tramos inclinados de verdad y expuestos a la roca descompuesta de un paredón de dimensiones faraónicas que nos contempla desde la izquierda de nuestro recorrido. No vamos rápido porque no podemos, cosas de huesos como quien dice, pero tampoco nos entretenemos en la contemplación así que al medio día nos encontramos junto a la Laguna Altera, llenando de agua los botes y preparando el material para la escalada. No conocemos la ruta más que por unas fotos de internet, pero ante la duda, llevamos la randoné de treinta metros, unos cuantos anillos de cinta y unos mosquetones para asegurarnos.
El inicio es un autentico calvario, tanto que por unos momentos a Fernando y a mí, que no a Alex que es uno de los Invencibles, nos hace dudar de lo factible de nuestra empresa. El terreno es un caos de lajas y arena con una inclinación tremenda en la que cada paso es motivo de suspiro e indignación. Poco se puede hacer ante tal enemigo más que perseverar y tener paciencia infinita. Tras un momento crítico en el que la cordada se desordena, nos volvemos a reagrupar y nos enfrentamos al verdadero reto del día, o por lo menos eso pensamos: un tramo de corredor de dimensión desconocida en el que no nos queda más remedio que asegurar la escalada. El “fenómeno” es sin dudarlo el que mejor escala de los tres, pero mandarlo de primero seria demasiada responsabilidad para él, y una total irresponsabilidad por nuestra parte así que por turno, y dado que ninguno de los otros dos somos unos expertos en la materia como comprobamos en los prolegómenos dedicados a las técnicas en cuestión, recojo los aperos y salgo para arriba.
Sin duda, estos cuatro largos son un relax para escaladores de roca pues la vía no es más que una trepa con patio, sin embargo, la dificultad no está en el grado sino en la inexistente seguridad fruto de la calidad de la roca, que como en todas las paredes de esquisto, es totalmente inexistente. Es imposible fiarse de ninguna presa, ni de pies ni de manos, y cada avance es un brindis al sol, un deseo de que aguante el peso del cuerpo y la fuerza con la que se tira de ella.
Tres horas y media de disfrute. De ese disfrute tan peculiar y tan extraño que es el de enfrentarte a un desafío; vivir la incertidumbre de no saber el resultado; comprobar paso a paso que los interrogantes y la desconfianza dan poco a poco paso a la consumación de un acto bello, pleno y armónico. Y cómo no, siempre tiene un gusto especial aparecer en la cumbre del techo de la Península por uno de esos lados en los que solo aparecen los que tienen ganas de empolletarse. Nos ha encantado a todos, de eso no hay duda, pero los gritos de satisfacción de mi sobrino putativo son completamente descriptivos.
Decía que lo del reto del día era algo cuestionable pues en verdad bajar desde ahí arriba hasta Trevélez es un golpetazo de aúpa. Más aún cuando en el tramo desde el la falsa cima confundo la línea y sin pretenderlo nos meto en una vereda que no deja prisioneros, y que nos liquida los cuádriceps hasta el extremo. Para estas cosas, el Movescount de mi Suunto acuña eso tan difuso de Efecto Entrenamiento Excesivo, o lo que es lo mismo, que te estás haciendo trizas y que tardarás en recuperarte lo que no está escrito, y doy fe pues cuatro días después y aun me cuesta bajar las escaleras…
El caso es que por fin encaramos la bajada del alto de Chorrillo hasta el pueblo y , a pesar de que ya andamos hechos unas perricas, conseguimos aparecer por ese hogar de perdidos y hambrientos que es el Restaurante La Fragua. Una reflexión sobre el Chorrillo: que nombre tan poco apropiado para un cerro de tales proporciones.
En definitiva, una salida al monte de las que no se olvidan. Me quedo con muchas cosas, pero si he de elegir una, me quedo con el ímpetu de un muchacho de apenas quince años y que se llama Alejandro Navarro. Un zagal que es ya un ejemplo de aptitud y de actitud; de inteligencia y audacia; de compañerismo y de sensibilidad. No puedo decir otra cosa, quizás porque me identifico no sé si con él, o como me hubiera gustado ser a mí, aunque para el caso es lo mismo. Estoy absolutamente seguro de que estamos ante el caso evidente de un grandísimo montañero. Es posible que este hecho no les haga demasiada gracia a sus padres, pues aunque también aman la montaña, las preocupaciones por los hijos son siempre primordiales, sin embargo, me da que ya no hay remedio. No es exagerado si digo que antes de los veinte años a este tío se le queda pequeña Sierra Nevada y buscara otros horizontes, y los encontrará, pues cualidades le sobran, capacidad le sobra, y es una esponja que absorbe cualquier aprendizaje ávida de conocer y de aprender (coño!, no solo se sabe la Sierra mejor que muchos entre otros yo, sino que en el instituto lleva 9 de nota media). Pero por encima de todo, lo que desborda a raudales es una ilusión acojonante.
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